Pasados ya dos meses del 8 de marzo, me quedan varias inquietudes sobre cosas que vi, sentí y viví. Esta es mi crítica hacia acciones que vi rodeando al 8M esperando crear conversaciones, reflexiones y diálogos que nos lleven a ser mejores personas y posteriormente mejores feministas.
Debido a incontables relatos, películas, canciones y mitos, se condena a la mujer a tener que luchar a garra y diente por tener una relación para no ser un deshecho social.
El 8M es un día de conmemoración, en el que miles de mujeres se empoderan y salen a la calle a exigir justicia. Los carteles se elevan, pintando la ciudad de morado, en un intento de recalcar la verdadera tonalidad de México; un rojo vivo bañado en sangre. ¿Cómo se supone que recuperaremos todo aquello que se nos fue arrebatado?
A lo largo de la historia, ha existido un interés enorme por encontrar diferencias entre hombres y mujeres a nivel de sus cerebros.
Hallazgos neurocientíficos nuevos apuntan a que realmente las diferencias que aparecen entre cerebros masculinos y femeninos son tan leves que podrían considerarse irrelevantes.
En las utopías que soñamos cada noche, ¿acaso nos hemos detenido a pensar en el amor como instrumento de la revolución? ¿Elegiríamos amar del mismo modo si se nos hubiera ofrecido un lienzo en blanco a pintar con la libertad de quienes somos?