- Luz Andrea Martínez Coronado
Esa tormentosa idea esperanzada de que aquella persona que decíamos amar sigue con nosotros…. Creemos sentir su vibrar en nuestros corazones; es casi una ilusión óptica de lo perfecto que nutre al engendro malsano y es la misma que nos llevó a plasmar versos que evocan la presencia del ente. Nos encerramos en un castillo del romanticismo frenético, allí solemos gritar; a primera instancia por la espera de auxilio, pero terminando en pedregada soledad. Admitimos la ausencia de aquella alma, pura en desolación, que alguna vez dotamos de años de realidad. Ubicamos el eco de trazo en el verso propio del sonámbulo, capaz de con ojos nublados transmitir el cruento y dulce veneno del demonio que ha enloquecido el alma.
Qué irónicas fueron las palabras al tener poder de intoxicar otras almas con un relato de magia que jamás será. Jamás.
Mi tarea final…. Tan solo un verso oscuro que aniquile ese gozoso escalofrío del último hálito en palabra de tu gracia maldita.
Fuiste, tan solo… mi sueño de la infancia.
Azul Alhazred
Aún
Aún recuerdo cuando caminábamos por los prados,
lo describo con el despertar;
un sendero estrecho en altamar nos abría al presídium,
el vibrar de los colores y el contorno de su desgarbado rostro en sintonía con la flora.
Centenares de luciérnagas danzaban en mi son pese a las estaciones;
en mi lengua,
en mi dolor,
en mis piernas flaqueando por tu presencia.
Y a un paso a mi somnífera te pregunté,
¿estarás al amanecer?
entonando eslavos argüiste “no lo sé, capullo”.
Aún así, asechándome la incertidumbre,
me adelanté y a gatadas crucé los barrios de la podredumbre,
y los bares ahogados en lagrimares de alcohólicos y malos señores,
Hablé con los ladrones,
de nadie encontraba al corazón,
de todos miraba acallar al lerdo.
Nadie alimentando al circo,
nadie llenando el alma.
Los tristes muros del lugar profanaban tu llegar,
exultante con el grafiti de sus paredes la verdad de esta osadía,
de esta pérdida e irremediable inquietud de mis adentros
que se agravaba y se graduaba como duda.
Por mi jurar continué.
Dancé entre la magullada pintura de mi alcoba,
en la que proliferaba tu perfume subsistiendo en la fauna;
aún estabas ahí.
Tu cobijo, con ese suéter ilustre de tu pasión,
se desvanecía en mi torso.
Traté de llorar,
pero mi estómago me estrujó,
yacías aniquilando mi memoria
y la soltura en mi torso, por fin el perplejo de tu partida.
Desde aquella marcha solo miro fantasmas, están dentro de ti;
habitan en mí,
en mi pensar.
Y la cripta canta mi nombre;
el frío de la muerte se refleja en mis yemas
y entonces pregunté
“¿estarás después de mi exterminio?”
y con la dicha de sonreír quisquillosamente de oreja a oreja.
Con el filo de mil demonios
me arrastraste con un,
“no lo sé capullo, aún no lo sé”.
La perdición;
tu vocabulario, maldita sea.
Capullo por mí mirar,
capullo porque el fin deambulaba de un inicio a mí, lentamente.