- Cecilia Mulás Rodríguez
Nacemos indudablemente con un cuerpo, con un cuerpo que es nombrado desde antes de nacer como “hombre” o “mujer”. Una palabra que supuestamente nos definirá toda la vida; una palabra de dos sílabas que enmarca no solo el sexo del bebé, sino que también contiene una carga cultural he histórica que define como debe de actuar y verse.
Construimos toda una narrativa alrededor de estas dos palabras a las que muchas veces llamamos `natural´, pero únicamente tenemos que echar un vistazo a la historia para darnos cuenta de que no es así. Formamos un modelo de cuerpos normativos que deben de estar sujetos a los estándares del género al que pertenecen culturalmente. Todo lo que no entre dentro de las características normativas es condenado a ser menos: menos “hombre” o menos “mujer”.
No se toma en cuenta que la diversidad humana va más allá de dos géneros o dos sexos, y terminamos ignorando todos los cuerpos intersexuados que son forzados a entrar dentro de la categoría binaria.
Nuestros cuerpos son educados y condicionados a actuar y verse de cierta manera. Un cuerpo sexuado femenino debe de contar con una serie de atributos que construyen el concepto de mujer dentro de su contexto, lo mismo sucede con el cuerpo sexuado masculino; entre más atributos presente el sujeto que se relacionen a su género, resulta más deseable y bello para la sociedad, contando con una serie de privilegios sociales y económicos (Lennon, 2019).
Una mujer es más “mujer” cuando su cuerpo entra en lo que se clasifica deseable culturalmente: es delgada, de tez clara, alta, joven, con una cabellera abundante y larga, su cintura es delgada pero sus caderas amplias, tiene el abdomen plano, los ojos claros y grandes, tiene una nariz pequeña y sin arco, las facciones de su cara son suaves, pero chupadas… la normatividad no solo está inscrita en su cuerpo, sino también en cómo lo presenta y lo utiliza. Debe hacer ejercicio con para marcarse y estar fuerte, pero no lo suficiente como para que parezca hombre, debe de maquillarse, pero de forma natural o será acusada de parecer “payaso”, debe de tener relaciones sexuales solamente con hombres y de preferencia solo con su pareja, debe de vestirse en ropa sexy, pero no lo suficiente para que no “provoque” al sexo opuesto… Por cada atributo que le falte o que se salga de la norma, el cuerpo se vuelve menos deseable y se le reducen las oportunidades sociales.
Lo mismo sucede con los cuerpos sexuados masculinos, entre más atributos socialmente aceptados poseen, más guapos y deseables son. Deben de ser altos, de tez clara y fuertes. Deben de comer carne porque eso los vuelve musculosos, deben de tener relaciones solamente con mujeres, deben de vestirse masculinamente, no deben utilizar faldas y vestidos y no deben maquillarse.
Los atributos que relacionamos a cada sexo no son esencialistas o naturales, se han ido construyendo, resultando en la definición de lo que consideramos normativo en la actualidad.
A lo largo de la historia podemos encontrar miles de ejemplos de cómo la idea de un cuerpo normativo debe de verse y actuar. Por ejemplo, el maquillaje formaba parte de un hombre bello y masculino en el Antiguo Imperio Egipcio, en donde los hombres utilizaban delineador, sombras y labiales para verse más atractivos. En Inglaterra durante el reinado de la Reina Isabel I, el maquillaje en hombres era muy popular y lo empleaban para tener una tez más pálida. En Francia del siglo XVII, el maquillaje se usaba de manera extravagante para exaltar la belleza masculina, al igual se usaban pelucas y vestidos pomposos.
Sin embargo, en los últimos años el maquillaje es exclusivo para el sexo femenino, toda la publicidad con el fin de vender maquillaje muestra a mujeres usándolo, ignorando a los hombres como compradores. Los hombres que se salen de esta norma social son clasificados como afeminados y poco profesionales, lo cual es muy diferente a las otras épocas históricas mencionadas.
Lo mismo pasa con el ideal de belleza de los cuerpos femeninos. En la antigua Grecia una mujer bella era la que tenía un cuerpo lleno de curvas y piel suave porque eso significaba que tenía dinero y, por lo tanto, tenía acceso a una buena alimentación. Al ver las esculturas de los antiguos griegos las mujeres siempre se mostraban de una manera más carnosa que los hombres, los cuales eran esculpidos de manera musculosa.
Pasaba algo parecido con las mujeres italianas del siglo XIV al XVII, en donde se admiraban las complexiones grandes, de bustos rellenos y caras redondas, porque eso significaba que pertenecía a una familia noble. En la época victoriana de Inglaterra se consideraba atractiva una mujer que tuviera una cintura pequeña y caderas grandes; para lograr un visual más atractivo se utilizaban los corsets. A principios del siglo XIX en Estados Unidos una mujer era atractiva si tenía un cuerpo con curvas y cara redonda, mientras que en los finales de ese mismo siglo y principios del siglo XX una mujer se consideraba atractiva si todo su cuerpo tenía una confección delgada.
Como podemos ver, el cuerpo de una mujer “bella” nunca ha sido el mismo, no podemos decir que solo hay un modelo de belleza con relación al cuerpo normativo femenino porque la historia nos demuestra que los atributos deseables y atractivos han cambiado a lo largo de la historia y no solo eso, sino que también varían dependiendo de la cultura a la cual pertenecen.
Se espera que todos los cuerpos se vean y se comporten conforme a la normatividad cultural, ya que estas normativas son creadas y vistas como esencialistas; si un cuerpo no entra dentro de lo esperado es marginado e ignorado. El negar la diversidad de los cuerpos y las identidades que los conforman, es negar la misma existencia humana; es querer borrar nuestra historia y nuestra subjetividad, es condenar a todos los que no entran dentro de la narrativa.
Nuestra historia nos demuestra que los cuerpos están sujetos a parámetros históricos y culturales, que la diversidad es algo inevitable y que lo que clasificamos como “normal” y “deseable” son condiciones que han cambiado y no son naturales.
Bibliografía
1. Lennon, Kathleen, ( 2019) . “Feminist Perspectives on the Body”, The Stanford Encyclopedia of Philosophy <https://plato.stanford.edu/archives/fall2019/entries/feminist-body/>.
2. Butler, Judith. (1999) . El género en disputa, el feminismo y la subversión de la identidad. México: Paidós.
3. Silva Barón, Marco A. (mayo 2002). Estrategias de representación de la identidad varonil en la retratística inglesa, 1780 – 1830. Academia.
4. Montell, Amanda.(diciembre 2020). A brief history of makeup and gender. Byrdie.