- Lorena Remírez Valenzuela
Hace unos días escuché a la politóloga Denise Dresser cuestionar, en un video en sus redes sociales, si la llegada de dos candidatas a la Presidencia de la República, implicaba un triunfo para la lucha feminista en México. Dresser afirma que no necesariamente. Si bien es cierto que sería la primera vez que una mujer llegaría al puesto más importante del país, eso no quiere decir que su manera de gobernar será diferente o que se desentenderá de la lógica patriarcal. Menciona también que, aunque la historia nos ha regalado líderes con perspectiva de género e innovadoras maneras de gobernar, como Jacinda Ardern en Nueva Zelanda, también nos ha dado a mujeres como Margaret Thatcher en el Reino Unido o Rosario Murillo en Nicaragua.
Concuerdo con su análisis, pero creo que también es incompleto. Gobernar con perspectiva de género no está atado al género de la o el mandatario que se encuentre gobernando, eso lo sabemos. Las mujeres podemos ser tan machistas y patriarcales como cualquier otra persona; y normalmente lo somos porque el mundo en el que nacimos, vivimos, crecimos, trabajamos y nos desarrollamos, es enteramente patriarcal. Nacimos atadas a todo aquello que nos limita y nos obliga a ejercer esa misma violencia que se ejerce contra nosotras porque el mundo en el que que vivimos lo permite. Deshacernos de esas creencias para poder reconstruirnos de maneras distintas, menos violentas y más justas, es un trabajo arduo.
A esto, hay que añadirle el hecho de que los espacios de poder están hechos para hombres. En la mayoría de los casos, para poder acceder a ellos siendo mujer, hay que modificar nuestra esencia. Ello se manifiesta de distintas maneras en distintas mujeres: algunas optan por vestirse con trajes que reflejen un porte más masculino, otras por no maquillarse demasiado, otras tantas por hablar más grave, etcétera. Son sutilezas que le permite al inconsciente colectivo patriarcal y machista dejar pasar a algunas mujeres a los más altos espacios de poder.
A las mujeres en espacios de poder no se nos permite mostrar emociones, privilegiar nuestra vida personal sobre la profesional. Pero también somos juzgadas si “descuidamos” a nuestra familia. Se nos juzga más por cómo nos vemos que por lo que decimos; si tenemos que poner mano dura, somos unas “perras” en lugar de funcionarias tomando una decisión. Es decir, ser una “buena mujer” bajo la lógica patriarcal es imposible; si encima se aspira a un espacio de poder, lo es todavía más.
Cuando , a pesar de todo eso, las mujeres logramos llegar a un puesto de poder, nada nos garantiza estar en posibilidades de operar para deconstruir el sistema desde la cúpula. En eso estoy de acuerdo con Denise.
Sin embargo, hay un elemento más sutil y esperanzador en esta situación: las niñas de 5 años van a ver el primer cambio de sexenio con una mujer recibiendo la banda presidencial. No minimicemos el impacto que esto tiene en la narrativa que nos contamos de nosotras mismas. Desbloquear la posibilidad de llegar a ser presidenta de tu país en el imaginario colectivo no es cualquier cosa. Nos abre a su vez posibilidades infinitas. Nos recuerda que sí, cada vez somos más iguales a los hombres en términos de acceso a derechos y desarrollo. Nos recuerda que la lucha que han venido haciendo nuestras abuelas, madres y hermanas, ha empezado a cosechar sus primeros logros.
Así que sí. No creo que podamos esperar una forma de gobernar totalmente diferente y con perspectiva de género por parte de Claudia y Xóchitl. Lo que sí creo es que su llegada a la Presidencia, cualquiera que sea la mujer que gane le elección, implicará un importante cambio de paradigma para las niñas que se convertirán pronto en mujeres que quieran llegar a esa misma posición. Les recordará y reafirmará su derecho a reclamar los espacios, y a aspirar a todo lo que ellas quieran en la vida, aunque de momento, lo tengamos que hacer en un sistema patriarcal aún. Nuestra chamba es educarlas de tal manera que comprendan que si se llegan a encontrar en esa posición de poder, la ejerzan para nivelar la balanza y para otorgar derechos y no para perpetrar la opresión.