- Felipe Del Orbe
La madre naturaleza, la resiliente e imponente fuerza de la tierra, existente mucho antes de que los seres humanos llegáramos —y que estará mucho después de que nos vayamos—, es motivo del presente artículo. Con el paso del tiempo, hemos sacrificado territorios pertenecientes a ella en aras de nuestro progreso y desarrollo, siendo irrespetuosos y destructivos, posicionándonos como la “especie dominante” y sin pensar en las consecuencias que esto podría traer, no solo para nosotros, sino para el ecosistema entero.
Y, por si el calentamiento global no fuera prueba suficiente prueba de quién está por encima de quién, a lo largo de la historia, se han registrado varios eventos en los cuales la naturaleza nos ha recordado cuál es nuestro lugar. El siguiente ejemplo,es tan solo uno de los más surrealistas y divertidos:
Todo comienza a finales de 1932. Múltiples potencias del mundo trabajaban para poder estabilizarse después de haber participado en la Primera Guerra Mundial. Por ello, en Australia Occidental, múltiples veteranos británicos y australianos se convirtieron en agricultores, encargados de trabajar las tierras que habían terminado en condiciones deplorables debido a la guerra.
Gracias al esfuerzo de estos ex soldados, se pudieron convertir tierras desérticas en cultivos prósperos de trigo. Sin embargo, su orgullo se convertiría en horror con la llegada de más de 20,000 emúes a los cultivos. Los emúes son la segunda ave más grande en pisar la tierra; cuentan con una altura de más de dos metros, cabeza y pico pequeños, pero un gran y voluminoso cuerpo, así como la capacidad de correr a aproximadamente 50 km por hora.
Estas enormes aves, al llegar a aquellos cultivos, notaron que habían dado con un inmenso suministro de trigo en camino por su habitual ruta migratoria hacia las costas del continente. Al llegar a estas plantaciones y observar el tremendo festín ante sus ojos, decidieron que aquel sería un gran lugar para instalarse, teniendo una gran fuente de alimento a su disposición; decisión que a los agricultores no les hizo gracia alguna.
En cuestión de horas, los emúes acabaron con todo el progreso de los agricultores. Ante tal situación, éstos decidieron llevar el asunto al gobierno de Australia que, tras dialogar con ellos, advirtieron el peligro que las aves representaban para la agricultura y la economía, por lo que decidieron tomar cartas en el asunto. La respuesta del gobierno fue desplegar personal militar, equipado con armamento de alto calibre, hacia el territorio conquistado por las aves. Los agricultores, en respuesta, se encargarían de proporcionarles techo y alimento y el gobierno de Australia Occidental del transporte de los soldados.
Se trazó un plan en contra de la invasión, sin embargo, el gobierno nunca se imaginó la cantidad de obstáculos a los que tendrían que hacerles frente. Para empezar, la “operación” contra los emúes debía haber empezado en octubre de 1932, pero las lluvias retrasaron la misión, que estaba dirigida por el mayor Gwynydd Purves Wynne-Aubrey Meredith, el sargento S. McMurray y el artillero J. O’Halloran (Sadurní, 2020).
Fue así como, hasta principios de noviembre, cuando la lluvia cesó, el plan apenas pudo comenzar y, los soldados, confiados y armados con ametralladoras Lewis y más de 10.000 cartuchos, empezaron a avanzar. En su primer intento, debido al número de aves y a la distancia entre ellos y ellas, optaron por hacerlas caer en una trampa para, después, atacarlas directamente. Sin embargo, éstas se dieron cuenta de su plan, por lo que se dividieron en pequeños grupos, haciendo que fuese difícil dispararles y, así, lograron escapar.
Al siguiente día, se logró abatir, al menos, una docena de aves. No obstante, al poco tiempo, se descubrió que aún había numerosos grupos de ellas esparcidas; por lo que la plaga estaba muy lejos de ser erradicada.
El 4 de noviembre, el mayor y sus hombres decidieron intentar acabar con sus enemigos por tercera vez. Sigilosamente, el equipo táctico se acercó a una presa en donde habían sido avistados un grupo de, al menos, mil emúes. Pacientemente, esperaron por la oportunidad perfecta en donde los bípedos se juntaran lo más posible para emboscarlos y, cuando ese momento llegó, comenzaron el ataque. Así, una por una, fueron siendo abatidas. Al llegar a la docena de aves abatidas, la ametralladora se atascó y el resto del grupo aprovechó la oportunidad para dispersarse y escapar.
Tras múltiples planes fallidos, a nuestro héroe, el mayor Meredith, se le ocurriría la idea que, finalmente, acabaría con sus oponentes: montó una ametralladora a uno de los camiones y comenzó a perseguir a los infames emúes. Para su mala suerte, las aves demostraron ser más rápidas que el camión y, en consecuencia, su plan fue un rotundo fracaso.
Posteriormente, durante una entrevista con la prensa, el mayor Meredith, dejando asombrado a todo aquel que no había estado en el frente de “batalla”, mencionó:
“Pueden enfrentarse a las ametralladoras con la invulnerabilidad de los tanques. Son como los zulúes, a quienes ni siquiera las balas tontas pudieron detener (las balas tontas son municiones huecas diseñadas para cazar elefantes)” (As.com, 2023).”
Tras días de arduas batallas, el 8 de noviembre, miembros de la Cámara de Representantes de Australia comenzaron a cuestionar la efectividad de toda la operación y, tras discutir sobre el tema y leer los titulares de la prensa, lo cual provocaba burla sobre la operación y la milicia australiana, se decidió terminar con la operación. Los emúes habían ganado. Anonadado, el mayor dijo:
“Si tuviéramos una división militar con la capacidad de carga de balas de estas aves se enfrentaría a cualquier ejército del mundo… Pueden enfrentarse a ametralladoras con la invulnerabilidad de los tanques. Son como zulús a quienes ni siquiera las balas tontas pueden detener” (Sadurní, 2023)
En la narrativa de la Guerra de los Emúes, encontramos un eco de la imponente e indomable fuerza de la Madre Naturaleza, que se manifiesta con un sutil recordatorio de nuestra fragilidad y arrogancia como especie. A pesar de nuestros avances tecnológicos y ambiciones de dominio, este episodio destaca una verdad elemental: somos meros inquilinos en un planeta gobernado por leyes naturales que trascienden nuestra existencia efímera.
Este evento no es solo una anécdota histórica; es un llamado a la reflexión sobre nuestro papel y responsabilidad dentro del ecosistema terrestre. Reconocer nuestra coexistencia con la naturaleza, en lugar de procurar su sometimiento, podría redirigir nuestro futuro hacia un camino más sostenible y armonioso.
Así, la Guerra de los Emúes permanece no como un relato de derrota humana, sino como un poderoso recordatorio de la resiliencia y la soberanía implacable de la naturaleza, ante la cual, nuestra pretendida —e ilusoria— supremacía, se desvanece.
Bibliografía
1. Sadurní, J. M. (2020, December 12). La gran guerra del emú, un conflicto surrealista. Historia.nationalgeographic.com.es; Historia National Geographic. https://historia.nationalgeographic.com.es/a/gran-guerra-emu-conflicto-surrealista_15948
2. As.com. (2023, September 7). ¿Quién ganó la gran guerra del Emú? El conflicto surrealista en Australia. Diario AS. https://us.as.com/actualidad/quien-gano-la-gran-guerra-del-emu-el-conflicto-surrealista-en-australia-n/
3. Durwin, S. (2023, March 24). La Guerra del Emú: cuando el Ejército australiano se enfrentó a unas aves y perdió. El Debate; El Debate. https://www.eldebate.com/historia/20230324/guerra-emu-cuando-ejercito-australiano-enfrento-aves-perdio_100865.html