- Gabriel de Jesús Selvas Villafuerte
En la política contemporánea existe una tendencia de los grupos en el poder dirigida a dividir a la sociedad en espectros completamente opuestos entre sí. Este fenómeno conocido como polarización afectiva tiene como punto de partida el desprecio hacía la oposición para constituir la consciencia de un “ellos”, como enemigo común, en contraposición a la idea de un “nosotros”, división cada vez más visible en México a través del discurso divisor del régimen en el poder.
En la política contemporánea existe una peligrosa tendencia a establecer clasificaciones terminológicas contrapuestas para resaltar un favoritismo por el grupo político propio, constituyendo la mentalidad de un “nosotros”, y a recalcar de manera agresiva aquellas divergencias en cuanto a los rasgos típicos del grupo opuesto, erigiendo la idea de una contraparte enemiga homogeneizada que se conceptualiza en la visión de un “ellos”. Este fenómeno, conocido en la ciencia política como polarización afectiva, se trata de una división de la sociedad llevada a extremos opuestos basada en visiones maniqueas y simplistas de los adversarios políticos a quienes se percibe como rivales a eliminar y a los que se busca descalificar en cada oportunidad que se presenta. Esta segmentación de grupos se caracteriza por fortalecer la distancia social, intolerancia y afectividad negativa, conceptos que describen la situación social actual en las sociedades de varios países del mundo. En México, podemos encontrar un claro ejemplo de este tipo de polarización en el reiterado discurso de la elite en el poder, la cual, de forma despectiva y absurda, pretende homogeneizar a segmentos de la sociedad según sus afectos partidistas. Es decir, se está con el gobierno (el pueblo bueno) o se está en contra de él.
Por lo tanto, se fomenta el desarrollo de un sesgo partidista que se manifiesta en la manera en la que los ciudadanos juzgan el propio actuar del Estado. Es decir, el criterio que los simpatizantes del régimen en el poder siguen para aprobar o desaprobar a los gobernantes no atiende a su desempeño efectivo en su labor de gobierno, sino que se deja influenciar por aquellas narrativas retóricas que el propio movimiento sostiene. Además, es a partir del sesgo que les resulta imposible pensar en cancelar a los representantes del partido al que apoyan, aún cuando sus resultados político-económicos no sean buenos ni justificables. Es por eso que los seguidores del grupo en el poder por ningún motivo podrían confiar en los dirigentes de un movimiento contrario, aún cuando sus políticas públicas puedan ser prometedoras o puedan conciliar un punto de convergencia de intereses durante su gestión. Al ser el enemigo común, ven como única solución culpar a la oposición de la situación pasada, presente y futura del país.
Situados en polos opuestos definidos por la polarización, la demagogía y el populismo, están coexistiendo dos espectros de nuestro país peligrosamente confrontados, mutuamente excluidos y nada comprendidos y comunicados entre sí, por lo que la política en México necesariamente debe desprenderse de los extremos a los que la pretende encaminar la polarización afectiva. Este ambiente tóxico dirigido desde Palacio Nacional que incita a que cada una de las personas se sepan de un bando o del otro inevitablemente genera división, conflictos e intolerancia entre connacionales que puede escalar en un grave sentimiento de odio contra aquellos que no están de acuerdo con el movimiento. En tiempos en los que debe unirnos la esperanza de un México mejor, tenemos que fomentar la conciencia de que la sociedad somos todos los mexicanos. El proyecto de nación es responsabilidad de toda la comunidad y el único camino para que pueda triunfar se vería materializado si se deja a un lado la identidad partidista y se permite el involucramiento de todos, simpatizantes o no. Es exclusivamente mediante el diálogo, el respeto y la unión que podríamos aspirar a acercarnos a la prosperidad y al progreso.