- Sofía García
“La magia del lenguaje es el hechizo más peligroso”.
Lord Lytton
El poder ejerce una dominación social a través del lenguaje. Mediante este, le es posible transformar la realidad y propagar doctrinas o ideologías que le sirven a su conveniencia, con el fin de tener un control total. Es importante cuestionar qué tan lejos puede llegar esto, pues ¿qué pasaría si las personas empezaran a creer que dos más dos es igual a cinco?
Dos más dos es igual a cinco. Una afirmación inaceptable, sin sentido e irresoluble bajo la lógica común. Ninguna premisa podría respaldar esta operación, sin embargo, ¿qué pasaría si la gente comenzara a creerla?
Solo existe un medio por el que esto podría ser posible: el lenguaje. Este es el arma más poderosa del mundo, puesto que es, en sí mismo, el creador de la realidad. Es la herramienta que nos permite coexistir, pues nos da la oportunidad de sostener un diálogo, llegar a acuerdos, expresar nuestra libertad y compartir una visión del mundo. No obstante, así como el lenguaje crea, también destruye. Es una herramienta que tiene dos caras y que, en las manos equivocadas, puede llegar a ser muy peligrosa.
Aquellos que se encuentran en el poder son los que tienen facultad sobre el lenguaje, o bien, podría decirse que el lenguaje es el que les otorga esta facultad. Es indispensable recalcar que el poder y el lenguaje tienen una relación intrínseca, ya que los que se encuentran en lo más alto de la pirámide social son los que pueden compartir narrativas que distorsionan o alteran la existencia. A pesar de que los que manejan el poder – con esto me refiero principalmente a la índole política – prometen cuidar y proteger a la población, muchas veces lo utilizan para propagar doctrinas que amenazan a la realidad. Por ejemplo, Adolf Hitler, con la propagación de la ideología nazi en Alemania, o Donald Trump en Estados Unidos, con la propagación de ideas racistas, machistas y xenofóbicas. Lo único que les bastó a ambos fue la creación de un discurso lo suficientemente fuerte con significaciones en las que las personas pudieran crear una identidad (Balsa, 2011). Una identidad con la que el sujeto logró sentirse identificado, o bien, una identidad que permitió a la personas sentirse parte de algo.
Según Fromm (1977), las inclinaciones humanas no forman parte de nuestra naturaleza, sino que son el resultado del proceso social que crea al hombre. Esto, muchas veces, lleva a que el individuo tenga una conformidad automática, en la que deja de ser sí mismo y adopta un tipo de personalidad que le proporcionan las pautas culturales, es decir, pierde su verdadera identidad, y se convierte en lo que los demás – el poder – esperan que sea. Es así como adquiere sentimientos y pensamientos fuera de sí mismo, pero que experimenta como propios.
Entonces, ¿es el ser humano víctima o cómplice de este fenómeno? Tal vez, otorgue por voluntad propia su libertad a alguien más. Puede ser que busque en otro las respuestas que no tiene o que tenga la necesidad de que un “ser superior” lo guíe. Sin embargo, si fuera de esta manera, se le quitaría al Ser todo tipo de libre albedrío. No podemos olvidar la fuerza que el poder ejerce en nuestra sociedad y en nuestro pensamiento. El poder está ligado directamente a la dominación y, por ende, a la violencia, puesto que las relaciones humanas se fundan sobre las relaciones de dominado y dominante (Weber, 1971). La dominación lograda a través del lenguaje se da por medio del discurso, un discurso monológico que niega la aceptación de otros discursos – realidades –, es altamente inflexible, jerárquico y recurre a la coerción, ya que no busca el diálogo, sino la dominación absoluta (Balsa, 2011).
Con esto, el poder crea ámbitos de saber, pues la “verdad” está ligada a él, por lo que normatiza y disciplina, estableciendo así los límites entre lo normal y lo patológico (Osorio, 1984). Hecho que el famoso escritor inglés, George Orwell, denunció en su novela 1984, cuando el personaje principal, Winston Smith, bajo el gobierno autoritario del Gran Hermano, cuestiona su poder y lo lejos que puede llegar con él: “Al final, el Partido anunciaría que dos y dos son cinco y habría que creerlo. Era inevitable que llegara algún día al dos y dos son cinco. La lógica de su posición lo exigía. Su filosofía negaba no sólo la validez de la experiencia, sino que existiera la realidad externa.”
Esto sucedió en la Rusia de Stalin, pues él mismo utilizó el slogan “2+2=5” para promocionar el desarrollo del plan quinquenal soviético en cuatro años; sin embargo, detrás de una simple imagen de propaganda que juraba propagar una verdad llena de prosperidad y esperanza, se vivía una “Hambruna del Terror”, conocida como Holodomor, en la que murieron más de cinco millones de personas (Solnit, 2021). A pesar de este hecho desgarrador, todos creían en el plan, o bueno, mejor dicho, eran forzados a creer en él, incluso sabiendo que era una mentira, pues ya era parte de la realidad compartida.
Fenómenos como este, hay muchos. Tales como los discursos hegemónicos que permean en nuestro país y llevan a la marginalización. Por ejemplo, la revictimización de la pobreza, en la que predomina el discurso de que el “pobre es pobre porque quiere”, y que el pobre es el que debe sufrir o ser utilizado por aquel que está en el poder. O la propaganda republicana de los últimos días en Tennessee, Estados Unidos, en la que se pone a la comunidad LGBTQ+ como un “grupo peligroso” (HRC, 2023). Esto es observado, incluso, en organismos internacionales que procuran el “bien”, como la patologización de la homosexualidad en el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM) que fue retirada de este hasta 1973.
Estos fenómenos tienen consecuencias inimaginables, pues llevan a la discriminación, a la violencia y la injusticia. ¿Qué nos lleva a creer y aceptar estos discursos? Existen solo dos respuestas: el autoritarismo, en el que el poder es tal que no hay manera más que ceder para sobrevivir, y la conformidad autonómica de la que habla Fromm, en la que existe una falta de pensamiento crítico y una aceptación de la mentira. En el primer caso, la única solución es la resistencia, mientras que, en el segundo caso, sucede algo totalmente distinto, pues ahí se tiene la libertad de poder tomar acciones.
Sin embargo, la conformidad y la comodidad de solo creer y seguir lo que nos es impuesto nos deja fuera de aprovechar nuestra libertad. Esto no debe ser así ¿Dónde queda el ejercicio del pensamiento crítico, de cuestionar la verdad establecida y de luchar contra ella? El poder puede arrebatarnos la verdad, pero no la capacidad de cuestionarla. Es ahí la clave para combatir este mal y es ahí donde podemos convertirnos en sujetos de acción y no sujetos de dominación; sujetos que cuestionen la veracidad de los hechos y que den visibilidad a lo que sucede realmente; sujetos que realmente aprovechen que viven con la autonomía de la razón. Hay que aprovechar esa libertad, pues, como destacó Orwell, “La libertad es poder decir libremente que dos y dos son cuatro”.
Bibliografía
1. Balsa, J. (2011). Aspectos discursivos de la construcción de la hegemonía. Identidades, 1(1), 70-90.
2. Fromm, E. (1977). El miedo a la libertad. Argentina: Paidós.
3. HRC. (2023). BREAKING: Tennessee Senate Passes Bill to Codify Discrimination Against LGBTQ+ People Into Law. Human Rights Campaign. https://www.hrc.org/press-releases/breaking-tennessee-senate-passes-bill-to-codify-discrimination-against-lgbtq-people-into-law
4. Orwell, G. ( 1949 ). 1984. United States of America: Penguin Random House LLC.
5. Osorio, C. R. (1984). M. Foucault: el discurso del poder y el poder del discurso. Universitas philosophica, 2(3).
6. Solnit, R. (2021). Las rosas de Orwell. Barcelona: Penguin Random House Grupo Editorial.
7. Weber, M. (1971). Économie et société. Paris: Plon.