Andrea Guerrero Chiprout
Vivimos en un mundo en donde los estándares de belleza son cada vez más altos y devienen inalcanzables (Montaño, 2001, p.383). Estos cánones están principalmente dirigidos hacia nosotras las mujeres, ya que se nos ha convertido en “consumidoras de belleza, creadoras, hacedoras, representantes de la belleza”, mientras que a los hombres se les ha convertido “en receptores de belleza, espectadores” (Pineda, 2014, p. 27). Como bien apunta la autora, en esta relación creadora-espectador, “la mujer sufre la belleza y el hombre la goza, la disfruta” (Pineda, 2014, p.27). Así, como plantea Segato (2016), se hace patente la naturaleza anfibia de la mujer, pues las mujeres somos y no somos personas: en algunos momentos somos persona, y en otros, nuestro cuerpo es cosa (pp. 54-55). En el momento en el que nos volvemos objeto de belleza, destinado a que un hombre reciba y disfrute nuestra belleza, dejamos de ser persona humana y nuestro cuerpo se vuelve una cosa, cuya finalidad es la admiración masculina. Luego entonces, nuestros cuerpos objeto deben moldearse y ajustarse a los cánones de belleza vigentes, para que así éstos puedan cumplir con su objetivo de dar placer a la mirada masculina. Ahora bien, ¿en qué consisten estos estándares de belleza en occidente?
Dichos estándares han sido construidos por el sistema patriarcal (Pineda, 2014), dado que han sido creados para satisfacer los deseos del mismo sistema, y en ellos intervienen una diversidad de factores de influencia eurocéntrica y colonial. Entre otras características que lo representan, el canon de belleza femenino consiste en una silueta escultural, de delgadez extrema y abdomen plano (Pineda, 2014 ,p.31) . El ideal de delgadez se ha instaurado en nuestras vidas como un dogma incuestionable. Como dice Vigarello (2016, p. 25), “la obsesión por la delgadez y el consiguiente rechazo de la gordura son cosa diaria en los medios y en la calle”.
Nuestra sociedad es peligrosamente gordofóbica, ya que hemos patologizado a los cuerpos grandes, e incluso, hemos llegado a considerar a la obesidad como una epidemia (Vigarello, 2016, p.26). Según Lucrecia Masson (2017), hemos creado “un marco epistemológico que promueve la delgadez como valor de salud y belleza” (p. 208). Así, como afirma la autora, en aras de proteger la salud, el engordar se vuelve una amenaza utilizada como mecanismo de control social para producir cuerpos heteronormativos (2017, p.208). Las personas gordas son discriminadas y sufren de “humillación, invisibilización, maltrato, inferiorización, ridiculización, patologización, marginación, exclusión, y hasta ejercicio de violencia física” (como se cita a Piñeyro en Masson, 2017, p.208). Ningún ser humano debe sufrir este tipo de violencias. Sin embargo, nosotrxs las seguimos reproduciendo, y cada vez más acrecentamos el miedo a engordar.
La gordofobia no sólo fomenta la violencia en contra de las personas cuyo cuerpo es más grande y no encaja en el estándar normativo de belleza antes descrito, sino que también ataca de forma desigual a mujeres y hombres, ya que los estándares de belleza coloniales, creados y moldeados para el gusto y deseo patriarcal, son sumamente gordofóbicos, y las mujeres, al ser vistas como objetos destinados a la satisfacción masculina, debemos alinearnos a esos estándares. Lo anterior, como es evidente, nos afecta de manera negativa y diferenciada a las mujeres.
Un claro ejemplo del impacto diferenciado son los trastornos de la conducta alimentaria (TCA), tales como la Anorexia Nervosa, Bulimia Nervosa, y TCA no especificados. Éstas son enfermedades mentales complejas, cuyas características principales son una preocupación excesiva por el peso y la comida que se ingiere, derivado de una insatisfacción corporal y por el miedo a subir de peso (López, 2016, p 86). ¿A qué grado ha llegado nuestro miedo a la gordura y obsesión por lograr “el cuerpo perfecto”, que de este miedo han surgido padecimientos graves de salud mental? Los TCA pueden llegar a tener consecuencias fatales, que van desde trastornos en el estado de ánimo, ansiedad, y depresión hasta autoagresiones e intentos de suicidio, además de todas las demás comorbilidades que traen consigo (López, 2016, p.91). Asimismo, es bien sabido que los TCA afectan en su mayoría a las mujeres, habida cuenta que entre el 90 y 95% de las personas que sufren Anorexia Nervosa, son mujeres, y a nivel mundial, la estimación de prevalencia entre mujeres y hombres que padecen Bulimia Nervosa es de 10:1 (López, 2016, p.35-36).
Por si fuera poco, como pone de manifiesto Naomi Wolf (2002), las revistas (y creo yo, que hoy en día, todos los medios de comunicación) promueven el odio hacia una misma, hacia nuestros cuerpos, y alimentan la cultura de dieta para que nos volvamos delgadas y para que nuestro cuerpo se ajuste al modelo patriarcal. Como expresa la autora, a las mujeres se nos ha inducido en un “culto de dieta” (p.122), por medio del cual renunciamos al placer de la comida, restringimos nuestra vida social, y nos privamos de los placeres de la vida. Citando a Rodin, Wolf menciona que es tal el odio hacia nuestros cuerpos, y nuestra desesperación por ser delgadas, que se ha vuelto una “obsesión normativa”, y esa obsesión se vuelve un sedante político para las mujeres.
No permitamos que el patriarcado nuble la concepción que tenemos de nuestra imagen corporal. No dejemos que los cánones de belleza patriarcales nos minimicen, nos quiten autonomía, y nos hagan infelices. No sacrifiquemos nuestro amor propio por buscar la aprobación de una mirada masculina. Habitemos nuestro cuerpo con amor y compasión, destruyamos los estándares de belleza patriarcales y alimentemos el amor propio hacia nosotras mismas y nuestros cuerpos. Resignifiquemos el concepto de belleza desde nuestra propia experiencia, y sobre todo, aceptemos la diversidad de cuerpos que el patriarcado ha excluido de su sistema.
Bibliografía
1. Duarte, J.M. y Mendieta, Z.H (enero-junio 2019). Trastornos de la Conducta Alimentaria. Problema de Salud Pública. Inteligencia Epidemiológica. Revista del Centro Estatal de Vigilancia Epidemiológica y Control de Enfermedades. (1) pp. 33-38.
2. López, C. & Treasure, J. ( enero 2011). Trastornos de la conducta alimentaria en adolescentes: descripción y manejo. Revista Médica Clínica Las Condes . 22(1). pp.85-97. Recuperado de: https://www.clinicalascondes.cl/Dev_CLC/media/Imagenes/PDF%20revista%20m%C3%A9dica/2011/1%20enero/10_PS_Lopez-12.pdf
3. Masson, L. (2017). Gordofobia. Platero, R.L., Rosón, M. & Ortega, E. (Eds.). Barbarismos queer y otras esdrújulas (pp.208-214). Barcelona, España: Edicions Bellaterra.
4. Montaño, I. (2001). Mujeres, belleza y psicopatología. Revista Colombiana de Psiquiatría, XXX, (4), pp. 383-388. Recuperado de: https://www.redalyc.org/pdf/806/80630405.pdf
5. Pineda, E (2014). Bellas para morir. Buenos Aires, Argentina: Acercándonos Ediciones.
6. Segato, R (2018). Contra-pedagogías de la crueldad. Buenos Aires, Argentina: Prometeo Libros.
7. Vigorello, G. (2016). Dietas, control y régimen corporal obligatorio. Contrera, L. & Cuello, N (Eds.). Cuerpos sin patrones: resistencias desde las geografías desmesuradas de la carne (pp.25-28). Buenos Aires, Argentina: Madreselva.
8. Wolf, N. (2002). The Beauty Myth: How Images of Beauty Are Used Against Women. Nueva York, Estados Unidos de América: Harper Collins E-Books. Recuperado de: http://www.alaalsayid.com/ebooks/The-Beauty-Myth-Naomi-Wolf.pdf