- José Marcos Chávez Téllez
Llevo cuatro años estudiando en la Ibero, una de las universidades más reconocidas en nuestro país. Desde que inicié, todxs lxs adultxs con los que convivo (familiares, amistades, profesorxs, etcétera), en una u otra ocasión me han hablado de la educación superior como la etapa crucial para moldearme como profesional y como persona. Más de una vez he escuchado a maestrxs recalcar que estamos en el punto en nuestras vidas en el que podemos tener discusiones serias con nuestrxs colegas (incluyéndoles) sobre el conocimiento impartido en las aulas. Que hemos llegado a la etapa en la que podemos tener posturas firmes y defenderlas frente a lxs demás. En el contexto particular de la Ibero, también nos han impulsado a ser socialmente críticxs; a imaginar nuevas visiones para el presente y el futuro de nuestras comunidades, con justicia y paz para todxs. En fin, a las universidades se les atribuye esta posición de centros de formación y discusión permanente, abierta, plural. En las universidades, se dice, las juventudes formamos pensamiento crítico y aprendemos a ser generadoras de soluciones para los entornos que habitamos.
Y sin embargo, desde hace meses, he visto en mi universidad y otros centros de educación superior que las autoridades de más alta jerarquía han decidido ignorar el llamado que ellas mismas nos han hecho. Frente a los acontecimientos que hoy marcan la cotidianidad global, la Ibero ha desincentivado a decenas de mis compañerxs de posicionarse y abanderar las causas que les mueven. Se nos ha dicho, por ejemplo, que las universidades no son entidades creadas con fines directamente políticos y que, por ello, su papel en nuestros contextos es otro. Pero a mí me parece absurdo que hoy queramos ignorar el rol histórico de estas instituciones.
No intentaré redactar una crónica de todas las luchas sociales en las que las universidades han sido vitales. Básteme decir que los dos sucesos de represión política que más presentes están en nuestra memoria, Tlatelolco y Ayotzinapa, tienen a estudiantes en su epicentro.
Y es entonces que me pregunto qué hace falta para convencer a nuestras universidades de salir de ese letargo. En el caso de la Ibero, que es el que conozco a profundidad, la postura institucional ha sido la de evitar la polarización y, supuestamente, generar un diálogo que nos permita unirnos como comunidad. Pero no hay diálogo; no uno significativo, al menos. No hay diálogo porque, en primer lugar, no se nos permite llamar a las cosas por su nombre. No hay diálogo porque no se permite la confrontación de ideas. No hay diálogo porque no se permite la expresión libre de solidaridad con quienes sufren. No hay diálogo porque la Universidad ha cerrado sus oídos a las solicitudes de sus estudiantes, bajo la muy cómoda posición de que la Ibero no es una institución política, por lo que no le corresponde participar de estas iniciativas.
¿No lo es? En 1968, estudiantes y profesorxs de la Ibero publicaron un desplegado exigiendo la libertad de lxs presxs políticxs, el fin de la represión, la reparación a las víctimas y la sanción a lxs responsables. De hecho, la Ibero marchó de la mano de otras universidades para reclamar la política criminal del Estado. No solo eso, sino que, como respuesta a los acontecimientos de aquel año, permitió que su estudiantado estuviera representado en el Senado Universitario y hasta creó un día para fomentar el sentido de comunidad entre su población (el Día C). En 2012, la Ibero reclamó la violencia feminicida y las políticas asesinas de quien meses después llegó a la Presidencia de la República. En 2014, fue parte de las protestas por la desaparición de los 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural Isidro Burgos, en Ayotzinapa. Nuestro entonces rector celebró misas por su retorno. La Ibero constantemente rememora ese suceso con instalaciones artísticas y pases de lista en nuestra explanada central.
Y hoy, quienes están al frente de la administración universitaria parecen querer borrar ese legado. Pretenden evitar enfrentamientos y, a cambio, se quedan calladxs.
La Ibero ha buscado posicionarse como una universidad generadora de conocimiento y vinculada con quienes pueden hacer que ese conocimiento se transforme en acciones que beneficien a la población. Se han creado centros de investigación innovadores, programas de incidencia en las materias más pertinentes, etcétera. Y aun así, sigue callada. La Ibero ha decidido no posicionarse frente a las atrocidades más graves de nuestro tiempo, ha decidido no confrontar al poder por las acciones y omisiones que hoy siguen cobrando vidas. En el mundo de hoy, callarnos es ceder, es traicionar. La neutralidad en una institución humanista (como se denomina a sí misma la Ibero) no es una postura defendible cuando la vida, la integridad y la dignidad de miles y miles de seres humanos están en juego.
Formar a las y los mejores para el mundo, como comúnmente se verbaliza la misión de nuestra propia Ibero, debe suceder en los salones, en los pasillos, con las autoridades; permitiendo que podamos crecer a través de la verdad y el reconocimiento colectivo. Implica ser valientes, salir de nuestra zona de confort, posicionarnos y trabajar a favor de quienes hoy son víctimas de realidades inimaginables. Nuestra decisión, traicionar o acompañar, ignorar o atender, no quedará olvidada. La historia juzgará.