- Gabriel Selvas Villafuerte
En México, las élites políticas hegemónicas se ven representadas por aquellos partidos políticos conocidos por todos, queridos por algunos y odiados por la mayoría pero que, sin duda alguna, siguen siendo el principal mecanismo para acceder al poder; esto mediante cierta fórmula política que fungirá como piedra angular de cada clase política dominante y que estará constituida por un conjunto de principios, ideologías y valores (y hasta mañas) que regularan cada una de sus acciones y a la vez establecerán aquellos pasos a seguir para llegar, eventualmente, a la supremacía del poder político.
Por lo tanto, aquella fórmula obligatoriamente debe ser exitosa en aras de mantener y legitimar el dominio del partido sobre la población y sobre los demás partidos del país, además de que únicamente mediante la consolidación de ésta se puede garantizar la subsistencia, por mucho tiempo más, de aquella clase política dominante y en turno en la posición jerárquica más importante que se sitúa en la cima de la toma de decisiones del país.
En tanto la fórmula política logre sobrevivir y mantenga al partido en la supremacía del poder político, existirá una renovación hereditaria de aquellas personas que conforman a la clase hegemónica y que necesariamente estará calificada por la afinidad de la nueva generación de la élite con la ideología e intereses que tenían los miembros anteriores y que definieron el rumbo del país.
Sin embargo, eventualmente llegará el momento en el que la ideología, principios y acciones (reitero, y las mañas) del partido, hasta entonces hegemónico, fracasarán y consecuentemente producirán como resultado el derrumbamiento del mismo con todo y aquella piedra angular que por muchos años les garantizo la cúspide; esto en virtud de una serie de coyunturas que llegarán a influir en demasía en la estructura de la sociedad y del gobierno generando así que efectivamente exista una renovación de la elite política que lidera el país pero por otra con una ideología, agenda y discurso completamente diferentes.
Lo expuesto con anterioridad parece ser un relato de lo vivido en nuestro país por más de 80 años ya que, en palabras de Mark Evans: “la historia de la política es la del dominio de las elites”; de manera que sería aquel 6 de julio de 2018 cuando la élite que había estado en el poder por más de 80 años y que había sido representada por dos grandes partidos políticos hegemónicos, la mafia del poder, habría de perder las elecciones con el actor político que muchos mexicanos ven como el salvador que se está encargando de cambiar el rumbo del país y que a su vez es la cabeza de la antagónica (y calificada de tal manera por “el Jefe Diego”) mafia del no poder: AMLO.
De ahí que aquella fórmula política que por tantos años dominó el país y que estaría calificada por conducir una serie de políticas represivas, en los últimos años neoliberales y durante todo el tiempo arbitrarias (por buscar satisfacer ciertos intereses individuales), y que además tendrían como consecuencias en el día a día mexiquense una gran cantidad de injusticias, corrupción, nepotismo, inseguridad, etc.
Por lo tanto, lo anterior se puede traducir en un innegable estancamiento en lo que aparentaba ser un ciclo sin fin, sin embargo, llegaría el momento en el que la paciencia de la sociedad se vería rebasada y ante el gigantesco hartazgo de 30,113,483 de mexicanos que salieron a ejercer su derecho de voto en un acto sin precedentes, se le fue arrancado el poder a la que hasta entonces era la elite política dominante del país para cederlo a otra con una fórmula política distinta pero con principios similares.
Entonces, haciendo referencia a la actual administración del presidente López Obrador resulta imprescindible hacer énfasis en las consecuencias de la fórmula política que rige su conducta en la cima del poder y que a la vez fundamenta su estrategia a llevar a cabo en aras de garantizar la estadía de la 4T como élite política hegemónica por mucho tiempo más; por lo tanto, al analizar los 3 años transcurridos de gobierno y las actuaciones pasadas y planes futuros del presidente, podemos dilucidar que los beneficios que puedan generar las políticas públicas impulsadas por el presente gobierno son muy debatibles e indudablemente nos dan tintes de un autoritarismo en el que la verdad absoluta es la única que se predica todas las mañanas desde Palacio Nacional y que no puede recibir crítica alguna.
Si lo que se pretende es reconstruir un México más fuerte, con mayores y mejores oportunidades para cada uno de los ciudadanos, en el que la seguridad sea una garantía y con un acercamiento real a la justicia social, la fórmula debe encaminar acciones concretas y debe estar constituida por valores objetivos que atiendan a aquellas problemáticas surgidas de la realidad actual y no a caprichos arraigados o una demagogia donde se nos pinte un México utópico en el que ya nada es como antes.
Mucho daño nos hizo la clase política anterior, empero, la élite actual no es la excepción. En un país donde diariamente asesinan a personas inocentes, en el que es más peligroso ser periodista que delincuente, en el México polarizado donde si no eres “chairo” eres “fifí” y si eres un “aspiracionista” eres un egoísta; no queda nada más que unirnos, luchar por nuestros derechos y exigirle al titular del ejecutivo que se ponga a trabajar, pero más importante, que respete nuestra Ley Suprema porque, sobre la Constitución, nadie.
Bibliografía
1. Evans, M. (1995). El elitismo. En Teoría y Métodos de la Ciencia Política. (pp. 235-244). Madrid: Alianza Editorial.