- Mariana Paz Alvarez
Sinopsis
Las emociones no son impulsos irracionales del elemento político. Somos seres cargados de pasiones y sentimientos, que sobrepasan la materialidad del cuerpo. Si somos nosotros mismos quienes construimos parte de la política, por naturaleza e inercia, esta se desarrolla en un terreno impregnado de emociones tanto individuales como colectivas. El potencial emocional en la vida social y política democrática de las sociedades es un nuevo camino por (re)descubrir e incluir en nuestros entendimientos de la política y lo político como algo más que Estado y poder.
Gran OM y El Dante (2019).
A lo largo del tiempo, especialmente en las sociedades occidentales y contemporáneas, se ha arrinconado y excluido el peso de lo emocional en la política y en aquello que la conforma. Esto se debe en gran medida a que las emociones se forman y desenvuelven a través de las experiencias individuales que complejizan su entendimiento, alejándolas de la óptica de lo político-racional. Sin dudas, uno de los desafíos fundamentales para la política contemporánea radica en la articulación entre emociones y racionalidad. ¿Qué sucede cuando las emociones son también sociales y políticas, y por lo tanto, colectivas?, ¿se puede hablar de emociones “políticas”?
El giro emocional o giro afectivo en el campo de las ciencias sociales ha tenido un fuerte impulso desde inicios del siglo XXI, como contrapunto a la concepción restrictiva y abstracta de la racionalidad propia de gran parte de los discursos dominantes de la modernidad y las sociedades occidentales. El giro emocional adquiere significados específicos según los diferentes contextos de enunciación y producción. La teoría y la práctica de la política han dejado a las emociones en la caja del olvido. A pesar de ello, las luchas y movimientos sociales de resistencia, transformación y antisistema que se han desarrollado durante este siglo, han reivindicado al ser humano, tanto complejo como diverso y en constante movimiento, como un ser que no es ajeno a las emociones y sentimientos que se construyen desde el dolor, el enojo y el miedo colectivo. Este giro político se le debe en gran medida a las teorías y movimientos feministas.
Hoy en día, emociones, afectos y sentimientos han pasado a ser reconocidos y apreciados para la vida democrática y la diversidad en la que se encuentra inmersa. Resulta casi imposible ignorar que las emociones, dentro de un contexto sociopolítico, son un motor movilizador que pueden impulsar cambios profundos y transformar lo individual en político y colectivo. Desde este enfoque, Lauren Berlant (2011) argumenta que las emociones han sido por mucho tiempo el medio por el cual se propone el dolor masivo de la subalternidad en la esfera pública como el verdadero núcleo de la colectividad. Es el sentimiento colectivo, la emoción de lo político, lo que puede llevar a cambios sociales y políticos estructurales.
Fenómenos políticos tan dispares como “el voto emocional”, el sentimiento de precariedad, los crecientes nacionalismos, las reivindicaciones públicas de diversas intencionalidades, algunas teorías del reconocimiento, la nueva esfera pública digital, los sentimientos políticos en las redes sociales virtuales, el capitalismo y el consumismo emocional, son ejemplos de asuntos en los cuales el rol de las emociones suscita importantes debates (Gioscia y Wences, 2017).
Desde la óptica del sentimiento político, se diría que las emociones humanas han dejado de ser un asalto a la razón, para pasar a contar como un componente constitutivo e ineludible de la misma. Es imposible no referir a Wittgenstein en la forma en que el sentido de una emoción está en su uso, o en palabras de Martha Nussbaum, en su intencionalidad. Para comprender este punto, podemos observar al otro lado de la moneda: la desafección política, que implica y representa la posición de no sentirse afectado por algo, o por el dolor del otro y la otra, es decir, la apatía. Desde este punto de vista, una sociedad sin capacidad de sentir o de verse afectada por la vida política, de participar en sus instituciones y comprometerse con su mejora continua, es una sociedad democráticamente deficiente. El verdadero problema es cuándo y de qué manera se introducen las emociones en la vida pública (García, 2017). Por otro lado, no podemos afirmar si existen emociones buenas o malas para el campo de la política, sino que tal condición, emocional y colectiva, depende de un uso que marca su sentido y su intencionalidad.
Autoras como Judith Shklar (2010) han apuntado en sus escritos al corazón mismo de la justicia, al retomar la emoción y el sentir colectivo como procesos de educación de los sentidos para percibir el dolor ajeno, desarrollar la sensibilidad y la empatía, y en gran medida, del propio sentido de la injusticia: “no deberíamos ignorar los costes políticos de una ira organizada” (2010).
Este artículo solo representa una pequeña aproximación a un tema tan complejo e insondable, que diversas autoras y autores han construido y desarrollado de manera más profunda. A pesar de ello, es claro que admitir la existencia del sentimiento y la emoción en el análisis de la política y lo político no puede seguir ignorándose en el campo de las ciencias sociales. Hoy en día, la colectividad y organización que surge de la afección, la empatía y la emoción, conforma y se posiciona como una base importante de las luchas y movimientos que también construyen política y se encuentran inmersos en nuestros sistemas sociales y políticos.
Referencias
1. Berlant, L. (2011). El corazón de la nación. Ensayos sobre política y sentimentalismo. Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica.
2. García, L. (2017). Ira, política y sentido de la injusticia. Revista de Teoría Política. Dossier, 9.
3. Gioscia, L. y Wences, I. (2017). Sentir la política: la relevancia de las emociones para la vida política contemporánea. Revista de Teoría Política Contemporánea, 7. https://www.colibri.udelar.edu.uy/jspui/bitstream/20.500.12008/17579/1/CC_Introduccion_2017n7.pdf
4. Shklar, J. (2010). Los Rostros de la Injusticia. Barcelona: Herder.