- Isabel López Cortina
- Sebastían Gallegos
- Diego Calderón
- Sofía de la Paz
En la cotidianidad hegemónica no hay nada que escape de ser catalogado. Todo en cuanto existe se encuentra encarcelado dentro de una definición o etiqueta acordada de forma injusta por un grupo de personas privilegiadas. Tal es la magnitud de estas etiquetas que en la asfixia que conllevan parecen obtener una cualidad de irrefutables e inamovibles, pero no siempre fue así. Una breve mirada a nuestra propia infancia nos demuestra cómo, de forma boba y juguetona, poníamos en juicio la fragilidad de estos roles. Inmunes, en un principio, ante el tiránico discurso de los adultos, florecía en nuestro cerebro la inmensa necesidad de desatar una cadena infinita de porqués, motorizados por el encanto de la pregunta revolucionaria por excelencia: ¿por qué las cosas son así y no de otro modo? Sin embargo, ningún niñx es ajeno al deseo de amor familiar y al miedo que involucra el perderlo. A fin de mantener la paz en la familia, dejamos de exclamar las preguntas que derrotan estructuras y nos entregamos a la débil, triste y frágil normatividad preponderante.
De pronto, nos hallamos en una realidad hostil, producto de estas mismas etiquetas que en años anteriores atacábamos con inocencia. Y es que, en efecto, el género se emplea como un mecanismo de coerción que favorece a aquellxs con categorías sociales privilegiadas. Parece ser que la distopía nos ha alcanzado, pues el rito de iniciación de las mujeres a la cultura es el acoso y aquellxs niñxs de preguntas censuradas se convierten en las personas que hoy en día buscan proteger los grupos conservadores defensores de la familia, sin saber que “esa infancia que pretenden proteger está llena de terror, de opresión y de muerte” (Preciado, 2019, p. 63).
¿Qué hacer frente a la barbarie que se desenvuelve ante nuestros ojos? Definitivamente, el voluntario sometimiento a la violencia no es una opción. Es intolerable que México ocupe el primer lugar en abuso sexual infantil y que cada día sean asesinadas 10 mujeres en el país. A nuestro favor, los porqués de la infancia no desaparecen del todo, sino que simplemente son evadidos por miedo. Es posible hacer resurgir el ímpetu de nuestros primeros años y recuperar aquellas prácticas que nos vimos forzadxs a desechar. ¿Qué pasaría si nuevamente volviéramos a cuestionarnos si la norma que nos rige realmente existe, o si simplemente es otro acuerdo del privilegio para nutrirse de nuestro falso ser?
Para contestar lo anterior, primero caeríamos en cuenta de que todas las estructuras pueden ser puestas en tela de juicio. Asimismo, esta opresiva visión del mundo, que se nos presenta como una realidad única, se derrumbaría bajo el peso de la incoherencia y el absurdo con que hoy día se levanta. Demos un vistazo a la concepción de género desde la hegemonía. Bajo esta postura se defiende que el género se define por la composición biológica de los sujetos y, puesto que afirman –ingenuamente– que nada más se puede tener vulva o pene, se sigue cayendo en la presunta afirmación de que pueden existir únicamente dos géneros. La simpleza de razonamiento con la cual se fundamenta lo anterior es incluso ofensiva. En primer lugar, como bien señala Monique Wittig (1976, 1992, como se citó en Beltrán, 2003): “El sexo es una clasificación que impone una unidad artificial a un conjunto discontinuo de atributos” (p. 66). Esto quiere decir que, si bien debemos diferenciar entre las concepciones de sexo y género –la primera refiriendo una característica biológica y la segunda siendo meramente social–, incluso el sexo posee características que salen de una clasificación binaria.
El binarismo de género pierde el fundamento que procuraba el argumento biológico; sin embargo, aun viendo el género binario exento del cuerpo que coloniza, este mismo se sigue mostrando ridículo. ¿Por qué las mujeres han de ser recatadas, delicadas y cuidadosas con las emociones de los otros? (De La Garza y Derbez, 2020) ¿Por qué se espera que los hombres sean inquebrantables y que la única emoción que les resulte lícita expresar sea el enojo? El pensar que un humano pueda aceptar un daltonismo que tan solo le permite ver y pensar en azul y rosa implicaría una carencia de poder de cambio y una programación de antemano con un código indiferenciable de aquel que emplean las computadoras. Pero, ¿acaso no tenemos venas en lugar de circuitos?
En tanto que estamos sujetxs al cambio y no somos autómatas rígidamente establecidxs como la concepción binaria pretende que estemos, adoptar la inmutabilidad que exige dicho sistema nos resulta una tarea ardua. Devenimos cada segundo de nuestra existencia: el latido que nos dio vida no es el mismo que el que actualmente nos lo da; no podemos decir que somos lxs mismxs de ayer y mucho menos podemos decir que continuaremos siendo lxs mismxs de hoy. ¿Cómo se espera que nos mantengamos eternamente divididxs en dos? Tan solo se puede mitigar el devenir ejecutando dispositivos de control que, a su vez, procuran violencia interna y externa en lxs sujetxs. No estamos bajo ninguna obligación de soportar el dolor que conlleva la permanencia a una sola categoría y está en nuestro pleno derecho disentir de ellas, en aras de la eterna metamorfosis que nos procura el tiempo.
En la misma línea, no debemos olvidar que las características que constituyen el contenido de los géneros binarios no están justificadas por la naturaleza. Desde la modernidad, en donde surge la idea de identidad, podemos rastrear la necesidad de modificar el pasado para concebir un presente normativo. Las etiquetas que asaltan nuestro sosiego, autonomía y libertad no son más que invenciones que encuentran origen en una narrativa histórica ficcional.
Considerando lo anterior, ¿realmente es el género algo intrínsecamente verdadero? Hoy más que nunca se vuelve sencillo responder con un no seguro y entusiasta a esa pregunta. El género no es una realidad dada de antemano, sino, como mantiene Judith Butler (2006): “una práctica de improvisación en un escenario constrictivo” (p. 13). Y en este sentido, la noción de género que la normatividad nos ha inculcado no es más que una actuación minuciosa y meticulosamente bien planeada que nos es impuesta por una hegemonía heteromasculina. Pero es esta misma performatividad la que nos hace una bellísima invitación a hacer un performance con nuestros cuerpos, esta actuación es sumamente personal y está en nuestras manos, dirigimos nuestra propia obra de teatro llamada vida.
Hay que retomar los porqués de antaño y aplicarlos en algo tan maquiavélicamente planeado como lo es el género. No permitamos que el género se viva como una jaula cuya única llave está en manos de quienes nos mantienen cautivxs: hagámoslo nuestro, dejando claro que no se nace ni mujer ni hombre, sino que se llega a ser (Beauvoir, 2010). En un país que restringe y castiga tanto el cuestionamiento y la disidencia de género, creemos que facilitar la conversación es un acto político. Y en tanto que en La Pregonera, anunciamos el regreso de la infancia para preguntarnos siempre, en todos lados, a todas horas: ¿qué es el género? Y esperar así que algún día la única respuesta posible a esta interrogante sea que…
Bibliografía
1. Beltran, S. (2003). Sexualidades migrantes; género y transgénero. Editorial Feminaria.
2. Beauvoir, S. (2010). The Second Sex. Vintage Books.
3. Butler, J. (2006). Deshacer el Género. Paidós.
4. De La Garza, C. y Derbez, E. (2020). No son micro. Machismos cotidianos. Grijalbo.
5. Preciado, P. (2019). Un apartamento en Urano. Editorial Alianza.