- Jonathan De Vicente Encarnación1
Es común que cuando hablemos de dolor (sea físico o mental) lo asociemos con la inacción, ya que este nos paraliza en muchas ocasiones, provoca miedo por desconocer qué implicaciones puede tener en el futuro inmediato. Sin embargo, en el caso de las familias de víctimas de violaciones de derechos humanos, han transformado la carga negativa que se asocia con el dolor y lo han convertido en su estandarte para seguir exigiendo justicia y verdad.
La antropóloga colombiana Myriam Jimeno propone, a través del concepto “comunidades emocionales”, una alternativa para comprender los motivos por los cuales las familias de víctimas de violaciones de derechos humanos han transformado el dolor en acción. Esta propuesta no solamente es transformadora en el sentido que ubica al dolor como algo positivo y con la capacidad de ver la luz en medio de la oscuridad (la impunidad imperante en los contextos de violaciones graves de derechos humanos). Las comunidades emocionales son transformadoras porque ubican a las víctimas y sus familias como sujetas activas y presentes de derechos humanos, con una voz y con un sentido de pertenencia a algo que va más allá de querer justicia y verdad. En este sentido, las comunidades emocionales buscan ser ese espacio de esperanza ante la impunidad e indiferencia de un sistema económico, político y social que pretende también desaparecerlas.
Por ello, el concepto de comunidades emocionales que desarrolla Myriam Jimeno ayuda a comprender cómo, a pesar del dolor de las víctimas, siguen luchando la justicia, la dignidad, por saber la verdad, por recuperar a sus desaparecidos. Además buscan ayudar a otras personas que están pasando por una situación similar e incluso evitar que sigan cometiéndose graves violaciones de derechos humanos.
¿Pero cómo es que se logra construir una comunidad emocional en un contexto desolador y en el que se persigue a las víctimas y sus familias? De acuerdo con Jimeno, estas comunidades se construyen a partir de la solidaridad, el acompañamiento (emocional e incluso económico), la empatía y la vinculación con otros sectores como la academia, actores de la cooperación internacional, artistas y otros activistas para resignificar el propio concepto de víctimas. En este sentido, el dolor se ha convertido en acción, en una firme convicción en querer transformar la realidad de las víctimas para evitar que la impunidad y la injusticia sigan estando presentes. Buscan nunca más ser calladas, que nunca más su dolor sea usado como capital político para posicionar a un determinado partido o personaje que lucre con ese dolor. El dolor ahora es suyo, lo abrazan, lo sienten, lo transforman y buscan generar un cambio social.
En el caso de México, los propios conceptos de víctimas y de comunidades emocionales se han nutrido de nuevos significantes sobre todo a partir de la conformación de movimientos de familiares y víctimas con presencia a lo largo y ancho de todo el país. Estos movimientos han evidenciado la ausencia del Estado por atender a las víctimas que él mismo generó a partir de las fallidas estrategias de seguridad para desmantelar a las distintas redes criminales asociadas con el narcotráfico, pero también ha fallado en su estrategia de desarrollo, ya que lejos de terminar con la situación de pobreza, esta se ha incrementado. Lo interesante de las comunidades emocionales en nuestro país es que, a pesar del dolor, han sabido articularse y trabajar conjuntamente. Muestra de ello fue que ellas estuvieron involucradas en el proceso para la adopción de la Ley General de Víctimas en 2013. Esta ley significó un pequeño triunfo de la lucha de los colectivos que víctimas y familias, reflejo que el dolor ya no era inacción. Por el contrario, era el principio de resistencia y la persistencia, cuya existencia tiene sentido y que buscan ayudar a toda aquella persona que esté en riesgo de ser olvidada por un Estado que busca deslegitimar a estas comunidades emocionales.
- Este artículo se elaboró en el marco de las reflexiones de la materia “Derecho de las víctimas y medidas de reparación integral de derechos humanos” impartida por Dr. Jaime Rochin, del programa de la Maestría en Derechos Humanos de la Universidad Iberoamericana, Ciudad de México.