- Regina Laura Ruiz Figueroa
[Vaught’s Practical Character Reader] (1902) por Louis Allen Vaught
Los hombres son de Marte y las mujeres de Venus, ¿verdad? “Las mujeres son más empáticas y los hombres más furiosos por naturaleza”. Este tipo de argumentos que hemos escuchado a lo largo de la vida acerca de las diferencias intrínsecas entre los hombres y mujeres se sustentan en el dimorfismo sexual cerebral, una teoría que argumenta que hay diferencias entre los cerebros de machos y hembras en la especie humana de acuerdo a su, ojo, sexo biológico.
Sin embargo, si analizamos de dónde surgió esta búsqueda por diferencias entre hombres y mujeres a nivel “natural”, podemos comprender lo erróneo que es lo que plantean. Todo esto inició en el Siglo XIX como una respuesta en contra a la primera ola feminista que buscaba acceder a la esfera política y obtener derechos a votar, a obtener educación, etc. Los líderes políticos y científicos de la época sintieron sus posiciones y el sistema patriarcal amenazado, por lo que comenzaron a producir múltiples estudios buscando diferencias anatómicas en el cerebro, no sólo de hombres y mujeres, sino también de personas africanas y homosexuales para frenar el cambio social (Rippon, 2019).
Esta búsqueda los llevó a buscar diferencias hasta lo absurdo. Analizaron el tamaño del cerebro para intentar comprar inteligencias, el tamaño del cráneo, las medidas entre diferentes puntos de cráneo, e incluso el tamaño de zonas específicas del cerebro… Y aunque no habían diferencias significativas entre personas de diferentes sexos, preferencias sexuales o etnias, los científicos fabricaron resultados y se respaldaron de estudios con fuertes fallas metodológicas, poniendo de manifiesto que los hombres blancos y heterosexuales eran, como habían sido hasta entonces, los más adeptos para liderar la sociedad. Los demás, incluyendo a mujeres, hombres homosexuales y personas afrodescendientes, ellos decían que se aproximaban más a “seres primitivos”, menos inteligentes, racionales, capaces y emocionalmente estables que los hombres previamente descritos (Rippon, 2019). Así, escudaban sus intereses políticos y sociales en la supuesta “ciencia”, pues decía que las mujeres pertenecían a la casa y los hombres a lo político (Ciccia, 2021). ¿Qué mejor que aplacar la búsqueda por derechos de las personas, nombrándola algo anti-natural desde la “evidencia”?
Sin embargo, conforme los feminismos atravesaron la esfera científica, se encontraron muchos hallazgos que desaprobaban estas ideas. Por ejemplo, la tesis de neuroplasticidad plantea que el cerebro se “remodela” a lo largo de la vida, en respuesta a la exposición a diferentes estímulos y ambientes (es decir, la cultura y la sociedad). Con esto se cuestionó el hecho de que todos esos estudios se habían realizado con personas que ya han sido productos de una sociedad claramente binaria con roles de género existentes. Vaya, si el área del cerebro relacionada a la empatía en las mujeres era “más desarrollada”, ¿cómo podemos argumentar que esa diferencia realmente estaba ahí naturalmente y que no surgió porque a las mujeres socialmente se les fomenta más la empatía que a los hombres? Igualmente, si el área del cerebro relacionada a la agresión está “más desarrollada” en hombres, ¿no sería porque se les ha permitido más que a las mujeres?
Las diferencias que se encuentran entre los cerebros de mujeres y hombres en algunos estudios no son un “mandato” natural, más bien reflejan que son productos de la sociedad. El suscribirse a la idea de que los roles de género que existen son por naturaleza está funcionando para reforzar el sistema social patriarcal. Ningún estudio puede explorar al humano en un entorno natural sin que existan factores sociales que moldeen sus experiencias (Reverter-Bañón y Medina-Vicet, 2018; García-García, 2003).
La clave pues, no está en que no existan diferencias, pues hay múltiples estudios que detallan que las hay, sino que es imposible circunscribirlas a la biología, a la sociedad o establecer un parámetro en el que se considera que son más o menos producto de una u otra. En un estudio en donde se realizaron 1400 resonancias magnéticas (IRM) de distintos cerebros, se encontró que aunque sí existen diferencias entre cerebros, cada uno, sin importar el sexo, es un mosaico único de características. Sólo el 6% de los cerebros tuvieron diferencias estereotípicamente “femeninas” o “masculinas” y estas no podemos saber si vienen de la biología o de factores socioculturales (Joel et al., 2015; Serrano-Buiza & Vallverdú, 2019).
Aquí es aparente e importante notar que la búsqueda obsesiva que ha existido en la historia para encontrar diferencias entre hombres y mujeres está regida por el sistema binario. El continuar buscando estas diferencias presupone que la división sexual arroja resultados significativos, pues asume que “hay sólo dos tipos de humanos”. El punto clave de la perspectiva de género aquí no es el buscar qué diferencias hay entre machos y hembras y cómo estás inciden en la sociedad, sino que la clave sería cuestionar cómo la mismísima búsqueda por estas diferencias afectan en la manera en la que hemos construido en la sociedad, pues refuerzan el discurso de un sistema binario y solidifican (aunque falsamente) múltiples roles sociales que sirven para oprimir a los diferentes sexos.
Bibliografía
Ciccia, L. (2018). La dicotomía de los sexos puesta en jaque desde una perspectiva cerebral. Descentrada. Revista interdisciplinaria de feminismos y género, 2(2).
Ciccia, L. (2021). Dimorfismo sexual,¿ natural? Una reinterpretación crítica de las diferencias biológicas. Revista Bioética, 29, 66-75.
García García, E. (2003). Neuropsicología y género. Revista de la Asociación Española de Neuropsiquiatría, (86), 7-18.
Joel, D., Berman, Z., Tavor, I., Wexler, N., Gaber, O., Stein, Y., Shefia, N., Poole, J., Urchse, S., Marguliese D.S., Lieme, F., Hänggif, J. Jänckef, L. & Assaf, Y. (2015). Sex beyond the genitalia: The human brain mosaic. Proceedings of the National Academy of Sciences, 112(50), 15468-15473.
Joel, D., Garcia-Falgueras, A., & Swaab, D. (2020). The complex relationships between sex and the brain. The Neuroscientist, 26(2), 156-169.
Joel, D. (2021). Uncovering and Challenging the Binary Framework, Psychological Inquiry, 32(2), 105-106, DOI: 10.1080/1047840X.2021.1930768
Reverter-Bañón, S, & Medina-Vicent, M. (2018). La diferencia sexual en las neurociencias y la neuroeducación. Crítica (México, D.F.), 50(150), 3-26. DOI: https://doi.org/10.22201/iifs.18704905e.2018.13
Rippon, G. (2019). The Gendered Brain: The New Neuroscience that Shatters the Myth of the Female Brain. Vintage.
Serrano-Buiza, D & Vallverdú J. (2019). El sexo del cerebro en disputa: Críticas al neurosexismo desde una perspectiva neurofeminista. Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Barcelona.