- Giovanna N. Montes
Al referirnos a los estereotipos de género hablamos del conjunto de creencias sobre los aspectos determinantes de todas las personas dentro de un mismo grupo social. Tenerlo presente es vital al cuestionarnos acerca de la expresividad emocional y cómo ésta nos oprime día a día.
Todas, todos y todes hemos escuchado alguna vez “los hombres no lloran”, “qué dramática eres”, “cálmate”, “¿vas a llorar como una niña?”. Claros ejemplos abundan en conversaciones cotidianas, siendo normalizadas e incluso celebradas. Desde la infancia se ha priorizado la enseñanza de ciertas emociones dependiendo del género; por lo general, el tema ha sido erróneamente asociado a la delicadeza de la femineidad, representando una supuesta mayor sensibilidad frente a la emocionalidad de los hombres, por ello recibimos una educación estereotipada.
Los padres no hablan de cómo identificar y manejar lo que experimentamos internamente, y la probabilidad disminuye aún más si eres hombre. Incluso en casa, la mayor parte del tiempo quien habla acerca de las emociones y se detiene a describirlas es la madre, mediante cuentos o con el ejemplo propio, dando preferencia a las hijas durante la explicación.
Al crecer, reforzamos nuestras creencias mediante la observación de la dinámica social. Con respecto a la ira, se espera que la mujer la reprima y se muestre sumisa, a merced de aquello que la sociedad impone que es bueno o malo para ella. Se encuentran en una situación desfavorable, al desear expresar tal emoción teniendo como consecuencia constante comentarios desalentadores típicos, como “seguro estás en tus días”. Desafortunadamente, continúa la creencia de que las mujeres rigen su vida en base a las hormonas y son débiles por ello.
En cambio, el hombre es considerado como protagonista del enojo y se debería sentir cómodo al demostrar la fortaleza que lo enaltece, siendo una figura respetable y dominante. El precio de este privilegio es que no se pueden mostrar vulnerables, aún cargan con el legado genético que los fuerza a ser valientes y no mostrar la menor señal de debilidad. La idea de que los hombres de verdad no hablan abiertamente de sus problemas es violenta.
Pocas veces somos conscientes de lo violento que se vuelve intentar cumplir expectativas y estereotipos que jamás han buscado el beneficio individual, el hecho de que la sociedad dicte lo que debemos de hacer, cómo tenemos que sentirnos o cómo debemos expresarlo es un proceso que únicamente nos lleva a generar altos niveles de estrés e insatisfacción respecto a quienes somos en verdad.
Las mujeres estadísticamente demuestran más felicidad que los hombres, sin embargo, no es una cuestión determinada por lo biológico, sino porque se nos orilla a mostrarnos perfectas, con sonrisas permanentes y vidas estéticas. Entra a Instagram en este instante y te aseguro percibirás en fotos e historias el reflejo de lo que la comunidad nos ha impuesto: ser completamente una barbie con mente positiva y alegría desbordante, sin importar las adversidades que estemos atravesando.
Ciertamente es un peso enorme para ambos géneros el cargar con la responsabilidad de guardar las apariencias. En el caso de los hombres, los estereotipos dictan que la felicidad debe ser reservada para ocasiones especiales, demasiadas sonrisas y gestos de emoción podrían generar dudas incluso de la orientación sexual, por ejemplo la frase clásica de “es muy afeminado, seguro es gay”. La emocionalidad es una ventana próxima a la vulnerabilidad y ese no es el rol masculino a jugar dentro de la sociedad. Aprenden culturalmente a evitar expresar emociones, preocupados por lo que los demás pensarán y dirán a sus espaldas.
Es injusto pensar que únicamente las mujeres pueden tener la capacidad de entender, expresar y comunicar sus sentimientos. Los roles y estereotipos de género están estrechamente ligados con la violencia machista, generando incapacidad emocional y una cultura represiva.
Es necesario entender que cada persona es libre de expresar y sentir, a su manera y a su tiempo. Dejemos a un lado las categorías sociales que nos estigmatizan, dejemos a un lado los prejuicios, pero sobre todo, dejemos a un lado los abusos continuos provocados por dichos estereotipos tan marcados e impuestos por el contexto en el que nos desenvolvemos.
Favorezcamos espacios de apertura emocional, fomentando que las mujeres no nos sintamos, ni seamos consideradas como “el sexo débil”. Asimismo, que los hombres sean capaces de expresar su género desde la diversidad, descubriendo masculinidades alternativas, y no siendo juzgados por ello.
Referencias
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