- Francisco Calderón
¡Qué tiempo nos ha tocado vivir a nosotros, humanos del siglo XXI, pues esta es la época de nuestra especie! El mundo se ha subordinado a nuestra voluntad y con ello se han neutralizado sus infames asesinos: la hambruna, la enfermedad, y el desenfreno caótico de las bestias que procuraban devorarnos. No niego que hoy en día no persistan, pero díganme ¿quién de ustedes no come tres veces al día? ¿Quién de ustedes no ha salido victorioso de innumerables fiebres? ¿Quién de ustedes ha sentido el vértigo de ser acechado por un lobo? Hemos dominado al mundo y ahora deseamos hacernos presente frente al antiguo dios de la guerra, Marte, y hacerle saber de nuestra beatitud, belleza, bondad… y narcisismo.
Mucho se ha dicho que nuestra esencia es aquella de ser pensantes, ser racionales y/o ser posibilidad inmediata. Dentro de cada uno de nosotros sabemos que tales aseveraciones son mentira, patrañas, síntoma de una razón más profunda, una verdad que nos negamos: lo propio del humano es la adoración que se procura a sí mismo. Esto resulta evidente si le damos un vistazo al núcleo de las nuevas escrituras sagradas, aquellas nuevas tablas de revelación divina denominadas como la Declaración Universal de los Derechos Humanos. La base en la que se fundamentan dichos derechos está en la idea de dignidad innata del humano. “La etimología latina de «digno» remite primeramente a dignus y su sentido es «que conviene a», «que merece», implica posición de prestigio de «cosa», en el sentido de excelencia” (Lamm, 2017). Así, por tan solo existir, el humano es merecedor y superior a todo lo demás, ¿pero de qué es merecedor? ¿Y cómo llegamos a tal veredicto?
En breves líneas, se considera que el humano posee dignidad en tanto que se piensa que “la autonomía del ser humano es lo que lo diferencia de los demás seres vivos” (Martínez Bullé-Goyrí, 2013, p. 49) y en tanto que se cree que “el hombre es un ser superior sobre los demás porque que es el único dotado de razón” (Martínez Bullé-Goyrí, p.29). Estas mediocres excusas de antropología resultan problemáticas porque son incomprobables. En primer lugar, si fuésemos genuinamente autónomos, ¿por qué existe un sistema jurídico que nos regula e impone leyes externas? ¿Acaso los principios de los derechos humanos implicarían la abolición de las naciones y con ella la ONU? Asimismo, ¿habremos de rechazar la idea del inconsciente psicoanalítico así sin más? Pues si hemos de postular nuestra autonomía, habremos de negar el simple hecho de que, durmiendo, soñamos. Por otra parte, el ser racional implicaría ser capaz de hacer cálculos efectivos y de ser sensible a argumentos lógicos. Si somos racionales, ¿por qué nos hallamos en las vísperas de nuestra extinción a causa del Cambio Climático? Si somos racionales, ¿por qué no admitimos la evidencia empírica que nos procura la biología? Somos producto de la selección natural: el humano es un primate que ha perdido su pelaje y en su luto, se creó Dios.
Todo esto nos lleva a la conclusión de que la idea de dignidad innata proviene no de un examen sobrio, sino del impulso pasional de exaltar nuestro «Yo». La fantasía de nuestra supuesta racionalidad y autonomía equivalen a consuelos que nos susurramos para justificar nuestra maldad. ¿Qué merece el humano? Precisamente no ser tratado como el humano trata a todo lo demás: la industria cárnica es responsable anualmente de 53 mil millones de muertes, cada una de ellas criada en condiciones precarias (Animanaturalis, 2007); y entre 15 mil y 60 mil especies se extinguen cada año debido a la destrucción de hábitats (Romero, 2021). El humano cree que es merecedor de una vida sin sufrimiento, pero para satisfacer su comodidad hace sufrir al mundo en el que habita. Se puede decir que nuestro merecimiento no es otra cosa que creer que podemos explotar ciegamente nuestro entorno.
Sería un gran alivio poder decir que el narcisismo humano es inocuo, que no guarda relación alguna con la devastación de nuestro planeta y el asesinato sistemático de inocentes; sin embargo, tal cosa no es cierta, pues esta separación tajante que hacemos con el reino animal es responsable de la poca consideración que tenemos con la naturaleza. En el momento en el que nos postulamos como “merecedores”, estamos estableciendo una categoría inversa, a decir, aquella de los no-merecedores. Esta otra categoría, a su vez, en tanto que carece de dignidad, se define por estar en disposición de los merecedores. Así, todo lo no-humano se caracteriza como un medio y no como un fin en sí mismo. Esta distinción abre la posibilidad de aniquilamiento y yo la considero como uno de los verdugos principales de la vida en la Tierra.
De esta forma, queda claro que los laureles que nos achacamos no están exentos de sangre y para poder desterrar los efectos nocivos que procuran es preciso señalar y denunciar la putrefacción que enmascaran. El artículo tercero de la declaración universal de los derechos humanos establece que “Todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona” (Naciones Unidas, n.d.). ¿Pero cómo es que se promulga la libertad y la vida cuando literalmente industrializamos animales para masacrarlos sin piedad? Hemos hecho esclavos biológicos -como bien serían los pollos Broiler-y todavía tenemos el descaro para hacer el término humano como sinónimo de bondad. A esto yo le llamo hipocresía y el hecho de que solo aplique esta máxima a “personas” le llamo discriminación.
Hoy en día se habla mucho de deconstrucción y reconocimiento de privilegio. Usualmente este discurso va dirigido al desmantelamiento de estructuras de poder concernientes al género, raza y clase social; poco se habla acerca de la deconstrucción del privilegio primero: el ser humano. Este texto es una invitación para cuestionarlo y eventualmente destruirlo en nombre de la vida que algún día abundó en este planeta, en nombre de los océanos que se han marchitado y los cielos que han ennegrecido a causa de nuestro narcisismo. El primer paso para esto es reconocer que nuestra dignidad innata no se sostiene por un examen racional, sino que es producto de una creencia ciega. Asimismo, en tanto que otorga merecimiento a un grupo selecto -y por lo tanto hace de otro grupo no-merecedor- no nos queda más que admitir que es una herramienta de opresión. Nuestra dignidad es un síntoma de supremacía y todo aquel que defiende al humano sin defender a los mamíferos, peces, aves, insectos, reptiles, plantas, hongos, tierra, agua y aire, que sea señalado como lo que es: un supremacista.
¡Qué tiempo nos ha tocado vivir a nosotros, humanos del siglo XXI, pues esta es la época de nuestra especie! Y digo esto con un hondo pesar en mi corazón, pues subordinar el planeta a nuestra voluntad es cuestión de vergüenza. Vivimos en la época del humano, pero esta debería de ser la época de todos. Mi dignidad no vale si esta no se extiende a la totalidad de mi alrededor. Digo esto porque quien soy yo, es la Tierra que me ha creado; y si ella no es merecedora, tampoco lo soy yo. Hoy más que nunca es necesario pronunciarnos en contra de toda opresión y eso significa pronunciarnos en contra de este privilegio que falsamente se afirma a sí misma como dignidad.
Bibliografía
1. Animanaturalis. (2007, April 13). Animales como comida. AnimaNaturalis. Retrieved March 14, 2022, from https://www.animanaturalis.org/p/animales_como_comida
2. Bezshtanko, J. (n.d.). Narcissus [Fotografía]. https://www.pinterest.com.mx/pin/322077810861386478/
3. Lamm, E. (2017, Marzo). La dignidad humana. La dignidad humana | DELS. Retrieved March 14, 2022, from https://salud.gob.ar/dels/entradas/la-dignidad-humana
4. Martínez Bullé-Goyrí, V. M. (2013). Reflexiones sobre la Dignidad Humana en la Actualidad. Boletín Mexicano de Derecho Comparado, 46(136), 39-67.
5. Naciones Unidas. (n.d.). La Declaración Universal de Derechos Humanos | Naciones Unidas. the United Nations. Retrieved March 14, 2022, from https://www.un.org/es/about-us/universal-declaration-of-human-rights
6. Romero, L. (2021, October 3). Miles de especies se pierden anualmente. Gaceta UNAM. Retrieved March 14, 2022, from https://www.gaceta.unam.mx/miles-de-especies-se-pierden-anualmente/