- Alejandro Scopelli
Hoy, en un mundo que pareciera nunca quedarse quieto, aparece una tecnología que logra destacar a pesar de la cacofonía de novedades que domina todo medio informativo: este es el blockchain. Esta tecnología abre un nuevo panorama en el contexto informático y, por consiguiente (dado que nuestra era se define por el dominio de la informática sobre toda estructura social), también se abren panoramas en los contextos económicos, financieros y, como se ha destacado últimamente, también el artístico. Este no es un artículo expositivo, mi propósito no es transmitir un conocimiento a profundidad de la totalidad de posibilidades que ofrece el blockchain o de la manera en que éste funciona. Mi propósito es recordarle a todxs lxs lectorxs que se topen con el presente texto que ninguna tecnología, por novedosa que sea, es intrínsecamente revolucionaria. No sólo esto, sino que también cabe pensar que toda nueva tecnología proclamada como revolucionaria puede venir acompañada de manifestaciones reaccionarias. Es por esto que he decidido concentrarme en una aplicación particular del blockchain: su aplicación al mundo del arte.
En el año 1936 el filósofo marxista de la escuela de Frankfurt, Walter Benjamin, publicó el ensayo La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica. Este texto se ha convertido en uno de los más importantes y citados en el campo de la filosofía del arte. Entre otras cosas que hacen de este ensayo un texto seminal para cualquier discusión teórica en torno al arte, Benjamin introduce la noción de aura, concepto que alude a la autoridad que tiene la obra artística original sobre las copias producidas (Benjamin, 2003, págs. 42-4). El aura es el “aquí y ahora” de la pieza original, la autenticidad. Ese no-se-qué que ninguna copia, por fiel que sea, puede replicar. Cuando pensamos en medios como la pintura y la escultura, es evidente que el aura que describe Benjamin está operando.
Esto no quiere decir que el aura sea un elemento omnipresente del mundo artístico. Así como hay medios artísticos que son auráticos por naturaleza, también hay medios en los que el concepto del aura cae en la irrelevancia total. Principalmente destacan los medios artísticos propios de la modernidad: la fotografía, la literatura post-imprenta (particularmente la novela y el poemario modernos) y el cine. Este último es principalmente importante para Benjamin, pues es en el cine en el que ve una posibilidad revolucionaria, siendo el medio no-aurático más reciente y accesible. Es importante recordar que, si bien muchas de las preocupaciones de Benjamin giran en torno al arte en tanto que arte, Benjamin era un marxista hecho y derecho, por lo que su mayor preocupación era que se efectuara la revolución proletaria. En el aura, Benjamin ve un instrumento de dominación al servicio de las clases dominantes, permitiendo que el arte sea primero un símbolo de dominación social y luego un objeto estético. Los medios artísticos no-auráticos rompen con esta lógica, y por lo tanto pueden escapar (en cierta medida) de la lógica capitalista.
Sobre los medios artísticos y/o de comunicación, para Benjamin no era suficiente que estos fueran o no explícitamente revolucionarios, lo que a él le interesaba eran las mismas relaciones productivas dentro de ellos. En su conferencia titulada El autor como productor, Benjamin dice lo siguiente refiriéndose a medios con discursos revolucionarios, pero cuya organización no atenta contra el capitalismo:
…se han dado no pocos ejemplos, […] de producción y publicación de asimilar, e incluso propagar, cantidades ingentes de motivos revolucionarios, sin poner por ello seriamente en cuestión ni su propia existencia ni la existencia de la clase que lo posee. Esta es la realidad, y lo seguirá siendo mientras el aparato de producción siga siendo alimentado por rutinarios, aunque éstos sean revolucionarios. Llamo rutinario a quien renuncia, por principio, a introducir innovaciones en el aparato de producción para así enajenarlo de la clase dominante y ponerlo al servicio del socialismo (Benjamin, 2016, pág. 21).
Benjamin, en la cita anterior, se está refiriendo particularmente a la imprenta, la cual incluye a periódicos y revistas, que pudieran ofrecer críticas explícitas e incluso poderosas hacia el statu quo. A pesar de estas críticas, la imprenta no puede seriamente poner en peligro al capitalismo, ya que su misma producción está estrictamente ligada al proceso de producción capitalista.
Volvamos al presente. Walter Benjamin no vivió para ver lo que Hollywood le hizo al cine, y quizás sea lo mejor. Aun así, hubiera estado fascinado con la producción y distribución de productos digitales, particularmente con la potencia revolucionaria del arte digital. El arte digital escapa de la ley más elemental de la economía en términos capitalistas: la ley de la escasez. Debido a esto, lxs artistas de la era digital escapan de la lógica de producción capitalista, permitiendo la generación y distribución de críticas y propuestas con efectos revolucionarios. A pesar de ello, se ha encontrado la manera de someter este medio a la lógica capitalista.
Un NFT (Token No-Fungible), está compuesto de una serie de caracteres generados por un algoritmo. Cada NFT es único, y queda registrado en el blockchain para asegurar que no se genere el mismo NFT más de una vez. Al ser generado, al NFT se le asigna una pieza de arte digital, y este NFT puede comprarse o venderse. Al comprar o vender este NFT, se están comercializando los derechos de reproducción de la pieza de arte digital en cuestión. Esto permite que el arte digital pueda ser comercializado. En pocas palabras, se impone una escasez artificial en el medio del arte digital.
Siendo la escasez la justificación última del modelo capitalista, es claro por qué esta medida beneficia a las clases dominantes, al ser la transformación de un campo expresivo a términos que justifican el dominio de las clases financieras. El NFT surge como un aura actualizado en la época de la reproducción digital, ofrece un aquí y ahora artificial (en sí también digitalizado). Este uso del blockchain da legitimidad a una instancia de una imagen y se lo niega a otra, puramente por consideraciones económicas. El arte digital se convierte en símbolo de dominación antes de ser objeto de contemplación, y aún la contemplación y uso está reservado a las clases dominantes.
Es verdad que esta transformación viene con ciertas ventajas, principalmente en materia de facilitar la subsistencia económica de quienes se dedican a la creación artística. A esto hay dos respuestas importantes que debemos hacer: en primer lugar, la precariedad de la mayoría de quienes se dedican a la creación artística se debe a la estructuración capitalista de la economía, donde los actos, cuya finalidad es el acto mismo, sólo sobreviven cuando la clase dominante puede sacarle algún provecho secundario; segundo, que la dificultad para subsistir de quienes desean dedicarse a la creación artística no es un síntoma de un problema con la actividad artística, más bien revela una falla de la configuración contemporánea de la economía. Quizás, en vez de pensar en cómo asimilar todos los aspectos de nuestra vida de manera que estén bajo el dominio del sistema económico, sería mejor pensar en maneras en las que podemos reestructurar esa misma economía mediante nuevas tecnologías.
Referencias
1. Benjamin, W. (2003). La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica. Ciudad de México: Ítaca.
2. Benjamin, W. (2016). El autor como productor. Madrid: Casimiro.