Mónica Paulina Miguel Soto
La realidad que viven las mujeres en nuestro país resulta indignante. Las cifras que relatan esta situación son preocupantes y lo es aún más la poca empatía y falta de consciencia que existe en nuestra sociedad. Once feminicidios suceden en México a diario, una cifra que hemos escuchado demasiadas ocasiones, pero quizá no lo suficiente como para hacer el cambio que necesitamos.
Como mujer mexicana estoy cansada de escuchar comentarios machistas, “cumplidos” innecesarios, y todo tipo de violencia que me ha ocasionado vivir miedo a lo largo de mi vida.
El 8 de marzo de 2020—antes de que se desatara toda la serie de problemas que conlleva la pandemia que vivimos actualmente—participé en la marcha con mi mamá y algunas de nuestras amigas. Mi mamá siempre ha sido una mujer independiente y sumamente valiente, ha dedicado su vida laboral, como abogada, a defender los derechos de las mujeres. Es un tema que, por ser mujer, siempre le ha ocasionado un interés especial, pero desgraciadamente como a la mayoría de las mujeres en México, su conocimiento sobre el tema y su lucha incansable no la ha exentado de sufrir distintos tipos de violencia en su vida personal y laboral.
Mis amigas son mujeres valientes y admirables que luchan todos los días por eliminar cada rastro de machismo que queda aún dentro de ellas y para que ninguna mujer sufra algún tipo de violencia como los que desafortunadamente a ellas, y a muchas les ha tocado vivir.
El año pasado fue la primera vez que asistí a una marcha y, como muchas mujeres participantes, fue un paso enorme en mi proceso de deconstrucción. Gracias a esta experiencia me di cuenta que los medios muchas veces publican lo “conveniente” para el país y para el gobierno en turno; esto me hizo darme cuenta que, como muchas, llegué a juzgar equivocadamente las marchas y los sucesos que se desataban en las mismas. Estoy consciente de que no siempre fui la mejor versión de mí, pues durante mucho tiempo tuve normalizadas muchas actitudes machistas y de violencia hacia la mujer, por lo que para mi, el 8 de marzo de 2020 fue un despertar, reconsideré muchas situaciones de mi vida y decidí que estoy cansada de vivir con miedo. Soy una de las millones de mujeres mexicanas que se rehúsa a vivir con miedo, ya no más.
Quiero dejar de tener miedo a mañana ser una más o, en su caso, una menos; no quiero ser la protagonista de una publicación en las redes sociales de mis amigas de “hace un año marchaba contigo y hoy marcho por ti”; me niego a que mi mamá quedé destrozada preguntándose lo que pudo hacer para evitar que algo me pasara o que viva una eterna búsqueda por encontrarme en un país en donde te vuelves en una carpeta más en el Ministerio Público.
Porque ser mujer en México implica que te eduquen para no salir de noche, a no usar ropa pegada o faldas cortas para evitar que te hagan daño, aunque esto ya ni siquiera lo garantiza. Vivir en México es caminar en la calle y estar alerta todo el tiempo para ver que nadie te esté siguiendo o cambiarte de banqueta si alguien viene atrás de ti; vivir en México siendo mujer implica que cuestionen tu testimonio, te revictimicen y/o justifiquen a tu agresor; vivir en México es que existan tantos feminicidios al día y que los medios más importantes ni siquiera los cubran al menos de que se vuelvan virales o seas la hija/hermana/sobrina de alguien “importante”; vivir en México es que si mañana me toca a mi, millones van a intentar olvidar mi nombre, hacer menos mi muerte y mi historia, pero también sé que millones de mujeres no van a permitir que eso pase. Sé que millones de mujeres van a gritar y escribir mi nombre en cada rincón del país para que nunca olviden quién fui y por todo lo que luché.
Aunque sé que me falta mucho por aprender y cambiar en mi, me rehúso a vivir en un país en donde no sólo existe desigualdad hacia la mujer sino que existe una violencia brutal hacia ella por el simple hecho de nacer mujer.