- Jorge Eduardo Mota Casillas
Antes que nada, aprovecho la oportunidad de saludar y agradecer a quienes se toman el tiempo de leer estos artículos que escribe un servidor y los que se publican en la sección de política de La Pregonera. En principio, destaco que la veda electoral inicia dentro de dos días (el 29 de mayo) y que fuera de buscar convencer un voto, escribo esto como una invitación a la comunidad estudiantil de la Universidad Iberoamericana a reflexionar sobre su impacto.
El voto, por su naturaleza jurídica, es una contradicción que no puede ser definida en términos reales, pues la misma constitución lo considera un derecho y una obligación. Tan solo es necesario leer sus artículos 35 y 36. Entonces hablamos del voto potestativo, el cual me gusta definir en los siguientes términos:
Un derecho público subjetivo que ejerce el ciudadano de manera libre y responsable a partir de su voluntad para elegir representantes afines a su propia ideología. Es público porque no es obligatorio (aquí la importancia de lo potestativo, palabra que alude a la potestad: “poder” y el poder se ejerce o no se ejerce, a voluntad, en otro tiempo la potestad era limitadamente atribuida al soberano y en el actual sistema democrático se le entrega directamente al ciudadano) y subjetivo porque parte del ciudadano legitimado para votar, es decir, que cumple con todos los requisitos constitucionales.”
En ese sentido, mi opinión es que el voto debe ser considerado antes que nada como un derecho que tiene la ciudadanía para participar en los ejercicios democráticos, pero eso no significa que la participación deba ser activa, sino que también puede ser pasiva, aun cuando no tenga consecuencias reales en las elecciones.
Cuando se manifiesta el deseo de anular el voto, frecuentemente hay una reacción que considero desproporcionada. Esta práctica es vista como una falta de interés en “mejorar” las condiciones políticas del país, e incluso se acusa de conformistas a las personas que lo expresan. En ocasiones, incluso se nos recuerda a las personas que expresamos nuestra intención de anular el voto (en su mayoría somos jóvenes), que antes de 1990 no había una autoridad electoral, sino que teníamos un sistema contencioso mixto que inició en 1987, por lo que no sabemos lo que es un régimen político “opresivo”.
La realidad es que, la mayoría de las ocasiones, es mejor ignorar esos comentarios, pues no se trata de convencer a las personas de que entiendan el sentido de nuestro voto. Sin embargo, ideológicamente, creo que el acto de atender a las casillas electorales y anular el voto o ejercerlo en favor de algún candidato o candidata es suficiente para poder legitimar la lucha de nuestros padres y nuestras madres (nuestra generación inmediata anterior) en materia electoral y su lucha por querer instalar un sistema democrático-electoral.
Por ello, hoy comparto que mi postura es: anular el voto es la mejor opción para todo tipo de elecciones, pues la realidad es que no considero que haya algún partido político con la suficiente fuerza o transparencia como para trabajar realmente en beneficio de la sociedad. Considero que la mayoría de los jóvenes hemos llegado a una conclusión parecida, pues nos falta representación.
Ahora, para subsanar la culpa que puede haber por este posicionamiento, me gustaría que recordemos las elecciones presidenciales de 1976, cuando se anuló la candidatura a la presidencia del PAN y el único contendiente fue José López Portillo, que ganó gracias al formato de nuestro sistema de elecciones, aunque él hubiera sido el único en votar por el mismo y todas las personas hubieran anulado su voto, habría ganado. Entonces: ¿qué tanto influye que decidamos votar activamente o decidamos anular el voto si el resultado es claro?
En mi opinión, debemos enfocarnos en el futuro inmediato que tenemos, las elecciones del 2 de junio plantean un escenario que, a mi juicio, es pobre y deficiente, con candidatos y candidatas a todos los cargos que dejan mucho que desear y que al mismo tiempo se promueven no por sus propuestas, sino por la importancia del voto para combatir una fuerza política que representa la “destrucción del país”. Es decir, me parece preocupante que hoy una gran parte de la población ve el voto como una herramienta de la ciudadanía para poner a alguien en algún cargo público donde su agenda política será olvidada tan pronto terminen de decir “sí protesto” por el simple deseo de quitar del puesto a otro partido, pues entonces se vuelve una herramienta de venganza y que, lejos de votar por cierto candidato y por sus propuestas, lo hacemos por evitar que uno más llegue al puesto.
Este impulso se ha visto reflejado en los periódicos y en las noticias donde opinólogos afirman que existe un voto útil o reflexivo -cuyo nombre doctrinal es el voto estratgico- o de cualquier otra forma como le quieran decir y que sustentan con la extinta Comisión Federal Electoral.
Esto quiere decir que vemos a la política como una práctica discursiva donde existen dos entes llamados la izquierda y la derecha, tema que ya debería ser superado, incluso en un mundo sin partidos. Si queremos hablar del voto razonado o el llamado voto útil, entonces deberíamos enfocarnos en las plataformas electorales de cada candidato, candidata o candidate, pero si seguimos creyendo en la narrativa de izquierdas y derechas, no podemos esperar un desarrollo en la materia, pues lo estamos tratando como una rivalidad, no como un ejercicio democrático.
Si queremos hablar de consecuencias reales del voto útil, entonces podríamos hablar de las causales de pérdida de registro de un partido, como lo es no alcanzar el 3% de la lista nominal, pero con las estrategias y prácticas vigentes en las que se crean alianzas y coaliciones, se vuelve más difícil lograr ese objetivo.
En conclusión, creo que anular el voto es un acto revolucionario del mismo nivel que ir al baño dentro del horario laboral. No afecta a las personas candidatas en realidad, éstas ya cuentan con el voto que necesitan para ganar o para poder contar con los recursos necesarios para hacer su campaña, por lo que debemos transformar este derecho en un arma que sirva para castigar la mediocridad de las personas en cargos públicos y hacer que los partidos reciban menos financiamiento y en un futuro ideal que pierdan el registro, en mi opinión, consecuencias más útiles y palpables.
Finalmente, les invito a reflexionar su voto, informándose sobre las candidaturas por las que van a votar y tener consciencia de que las y los actores políticos son personas elegidas para representar e impulsar el desarrollo y no un medio para vengarnos de las fuerzas políticas con las que no coincidimos.