- Carolina Suárez Ortega
- Esmeralda Chávez
- Alejandro Guadarrama
En este artículo, se relacionan los temas y realidad psicológica que se vive dentro de una ciudad, así como las demandas capitalistas y el suicidio anómico y egoísta que existe hoy en día en nuestro entorno.
Generalmente cuando pensamos en una ciudad, vienen a nuestra mente ideas como lujo, prisa, contaminación, luces, ruido, negocios y toda clase de situaciones o estímulos llamativos. Sin embargo, como es esperado, cuando pensamos en una ciudad, difícilmente (si no es que imposible) se nos vienen a la cabeza las personas que la habitan; claro, podemos pensar en un tumulto de gente caminando por la Calle Madero cruzando el concurrido paso peatonal de Bellas Artes o saturando el Metro en hora pico, pero ¿qué pasa en la mente de esas personas? ¿Qué sucede cuando llegan a sus casas, se desconectan del trabajo y redes sociales? Desde el punto de vista del capitalismo y de la apresurada vida metropolitana podríamos pensar que cuando un individuo deja de producir (ya sea por minutos, horas, etc.), deja de existir. No existe más porque deja de ser necesario. Y recordemos que en las relaciones racionales, el hombre es equiparable con los números. Se deja de ver a las personas como individuos biopsicosociales, (se habla biopsicosocialidad que hace referencia al enfoque que atiende la salud de las personas a partir de la integración de los factores biológicos, psicológicos y sociales) para juzgarlos desde su productividad. Solo los logros objetivamente medibles resultan en interés.
Pero es que esta no es la naturaleza del hombre. Ya que en el siglo XVII se hizo un llamado para que el hombre se liberara a sí mismo de todas las ataduras que parten del Estado, de la religión, de la moral y de la economía. “La naturaleza del hombre […] debe desarrollarse sin obstáculos.” (Simmel, 2005)
En la teoría, el punto anterior suena bastante llamativo, sin embargo, llevar este planteamiento a la práctica resulta meramente imposible (por lo menos en nuestros tiempos), ya que dependemos de nuestros ingresos económicos para poder subsistir. Ninguna cantidad de ingresos será suficiente para pagar el tiempo que invertimos en ello. Trabajar frente a una computadora hasta 10 horas diarias, en una fábrica con medidas de seguridad insuficientes, o en una macro tienda de ropa en la que no se le da ninguna atención al empleado, pareciera una muy mala idea; sin embargo, es la situación que viven 51 millones de habitantes en México, que representan la población ocupada en un empleo, siendo esta el 94.9% de la población económicamente activa (Statista, 2020)
Debido al ritmo y tipo de vida que se lleva en la metrópoli el individuo se vuelve indiferente y reservado, y al mismo tiempo, desarrolla una protección contra aquellas situaciones que amenazan con desubicarlo; por tal motivo, el sujeto actúa desde el entendimiento y no desde el corazón.
Vivimos bloqueados de las emociones a manera de protección. Este fenómeno se puede hilar con la actitud blasée, que es la consecuencia del desgarre de los nervios por un exceso de estímulos cambiantes constantes, que termina por atrofiar los nervios y la capacidad de estos a estimularse. Es irónico que estando bloqueados de nuestras emociones lo que muchos más deseamos es interacción humana real y honesta. Deseamos dejar de ser vistos como un medio de producción o como una minúscula parte no fundamental de una masa que ni siquiera nos conoce. Pareciera que, entre más nos alejamos de nuestras emociones, más deseamos reencontrarlas y sentirlas.
No es descabellado relacionar todo lo expuesto con el suicidio egoísta y el suicidio anómico, ambos propuestos por Durkheim.
Cabe mencionar que el suicidio egoísta se da cuando existe un déficit de integración social, cuando la persona no cuenta con relaciones significativas. Sin mayor complicación, podemos relacionar esto con lo expuesto a lo largo de este artículo . Vivimos tan a prisa, presionados, midiendo todo con resultados cuantificables, bloqueados de nuestras emociones y considerando cualquier pausa como una pérdida de tiempo, que olvidamos nuestra esencia humana y la necesidad natural que tenemos de interacción, empatía y solidaridad.
Por otro lado, el suicidio anómico, como su nombre lo indica, se da cuando existe una falta de normas a seguir. La sociedad tiene un poder regulador de la actividad de los individuos y por lo tanto de su sentir. Cuando existe una crisis en la sociedad el individuo no sabe cómo actuar, lo que genera un sentimiento de incertidumbre y tristeza. Bajo este contexto, debemos considerar el término “crisis” como cualquier situación buena o mala que altere el status quo. Naturalmente, podríamos pensar que una crisis por carencias económicas derivaría en un aumento en la tasa de suicidios; sin embargo, se ha observado que es en los momentos en los que se da una crisis de prosperidad, en los que el número de suicidios aumenta, ¿por qué? Porque entre más riqueza hay, existe menos solidaridad, menos cercanía. Es entonces en estos momentos de riqueza en los que las personas olvidamos mirar al de a lado, nos volvemos indiferentes porque creemos que… si tenemos dinero, no tenemos problemas.
Evidentemente algo no está funcionando, nos sentimos inconformes, a pesar de esto muy pocos nos hemos dado a la tarea de informarnos y reflexionar, e incluso quienes lo hacemos, aún no hemos encontrado una manera diferente de actuar. ¿Será entonces que no estamos lo suficientemente inconformes o que hemos encontrado cierto beneficio en esta inconformidad?
La respuesta y la solución no llegarán a nosotros de una manera fácil, e incluso quizá nunca llegue, pero al observar, reflexionar y cuestionarnos, nos acercamos un poco a ese necesario cambio, mismo que no se da de la noche a la mañana, sino de forma paulatina y con pequeños pasos, que por medio de hábitos consecuentemente provocaran el incentivo de la felicidad y alegría a nuestro alrededor, cabe destacar que estos hábitos y actividades, siempre deberán ser acciones que solo a ti te gusten y te apasionen, para que al realizarlas te motiven y te inspiren.
Bibliografía
1. Durkheim, E. (2013). El suicidio (2013.a ed.). COLOFON.
2. Simmel, G. (2005). La metrópolis y la vida mental. Bifuraciones.cl, https://www.bifurcaciones.cl.com