- Itayuyu Gabriel Díaz
El arte no surgió siendo un símbolo de belleza o transformación, en sus inicios era utilitario y así continuó por mucho tiempo. Seguía siendo una herramienta, pero en algún punto de la historia, ya no era útil para guardar granos o acarrear agua sino para demostrar el poder de una persona o nación y su alta capacidad de obtener posesiones valiosas dentro de la sociedad. De alguna manera, el arte se transformó en un reflejo del estatus de quien lo tuviera.
Podemos ver esto reflejado a través de innumerables eventos históricos, o en este caso, a través de imponentes columnas: el Panteón de Agripa o Panteón Romano fue una de las obras más alabadas dentro del Imperio y no solo por sus enormes dimensiones sino por algo más político.
Esta maravilla arquitectónica cuenta con dos columnas hechas enteramente de granito egipcio; esta piedra tuvo que ser traída por un largo camino, atravesando el desierto y el mar para formar parte de esta construcción. Tomando en cuenta la distancia, se calcula que debió haber pasado un muy largo periodo de tiempo para que llegara a su destino, si en la época era un privilegio solo reservado para las castas más altas el poder viajar, el impacto que tuvo en la sociedad el hecho de transportar este material tan pesado desde tan lejos simbolizó el enorme poder del Imperio y su capacidad de expandir su territorio, de conquistar lugares tan remotos que solo un pequeño porcentaje de la población conocía.
Aunque esto no solo ocurrió con la arquitectura, uno de los eventos más interesantes que demuestra que no solo los Imperios ocupaban el arte como símbolo de poder fue cuando, en 1678, Carlos II de Inglaterra encargó secretamente el Retrato de Nell Gwynne, donde se retrataba a una de las amantes del monarca; al hacer esto, accidentalmente inició una costumbre que se volvería muy popular entre líderes y personas adineradas: pintar a sus amantes desnudas con mantos cubriendo algunas partes de sus cuerpos con poses provocadoras.
Estos cuadros colgaban en paredes de mansiones y palacios, ocultos de la sociedad más no de los gremios que los poseedores de la pieza invitaban a ver. Los desnudos no sólo provocaban los celos de la corte masculina, sino que también eran una estrategia política en la que se demostraba la grandeza del hombre dependiendo de la cantidad de objetos que poseyera.
Poco a poco, esta obra –esa amante-, también formaba parte de la lista. Incluso, pudiera ser que con el tiempo, empezaran a coleccionar los retratos de las amantes de sus colegas u opositores, demostrando el enorme poder que tenían al adquirir algo tan significativo para su enemigo. Si podían tener algo tan íntimo como una prueba de su libertad sexual en el matrimonio, podían tenerlo todo.
Como se podrán dar cuenta, muchas de las obras, piezas y expresiones artísticas que alabamos por su belleza el día de hoy, fueron en su época otra manera de controlar a las masas e imponer poder ante los ciudadanos, extranjeros, amigos o aliados.
La pregunta aquí sería si en la actualidad esto sigue ocurriendo, si ocupamos el arte como herramienta para probar el estatus de una persona; ¿es que acaso lo hemos vuelto moneda de cambio por poder o reconocimiento? Es verdad que ver un cuadro, vendido por precios exorbitantes, colgando de la pared para adornar una sala o un despacho, ciertamente da un mensaje; tal vez no hemos cambiado tanto como creíamos ya que seguimos ocupando las mismas técnicas milenarias para imponer o demostrar el poder.
Bibliografía
1. Berger, John. Modos de ver. Editorial Gustavo Gili, 2000.
2. MacDonald, William Lloyd. The Pantheon: Design, meaning, and progeny. Cambridge, Mass: Harvard University Press, 1976.