- Arlette García Herrera
¿Qué es el sexo? Conforme a la Organización Mundial de la Salud (2018), el sexo consiste en las características biológicas que definen a los seres humanos como hombre o mujer. Estos conjuntos de características biológicas tienden a diferenciar a los humanos, pero no son mutuamente excluyentes, ya que hay individuos que poseen ambos. Si bien la OMS hace referencia a la intersexualidad, al mencionar personas que poseen “ambos”, queda limitado el significado al que hace referencia. El sexo biológico se conforma por cromosomas, genes, hormonas y genitales tanto internos como externos. Por lo cual, el sexo no es solo la apariencia fisica de los genitales, como el sentido común lo ha señalado. No se trata solo de mutaciones o fórmulas genéticas para acomodar la complejidad de la determinación, la diferenciación y el desarrollo sexual de un organismo, ya que operan de manera dinámica una infinidad de procesos biológicos y factores particulares (Universidad Autónoma Metropolitana, 2017).
Foucault (1985, Universidad Autónoma Metropolitana, 2017) refiere que la idea del sexo se formó gradualmente. El siglo XVIII fue determinante para equiparar sexo con anatomía y para dotar al mismo de propiedades intrínsecas y leyes propias. Poco a poco el sexo conformó una unidad artificial que agrupó elementos anatómicos, funciones biológicas, conductas, sensaciones y placeres. El sexo se determinó como un principio omnipresente. Se enunció como el eje que articula la sexualidad; aquello que se interioriza y se apodera de la organización de los cuerpos, de sus fuerzas, energías, sensaciones y placeres (Universidad Autónoma Metropolitana, 2017). Hoy por hoy, el sexo ha llegado a nuestro imaginario como un concepto a priori de cualquier sentido común, ciencia o conocimiento, el cual ha permeado nuestras conductas de convivencia, identidad y del propio ser. El sexo ha sido empleado para definir incluso la propia inteligibilidad humana. Pero no hay ningún sexo en realidad, solo hay un opresor y un oprimido. Es la opresión la que brinda esta connotación de “verdad” al sexo.
El vehículo para replicar esta opresión es mediante el campo de lo abstracto, es decir, las palabras. Nuestro lenguaje proyecta la realidad sobre el cuerpo social, lo marca y le da forma violentamente (Wittig, 1992). A través de nuestro lenguaje es que establecemos como “natural” al sexo con una connotación heterosexual. Es a través del sexo que la población es “heterosexualizada” y sometida a una economía heterosexual (Wittig, 1992). Impone en sí misma el filtro por el cual pasamos para ser evaluadxs, valoradxs y así verificar si se merece una vida digna o una reducción de la viabilidad de la vida. Y es que la categoría de sexo es una categoría totalitaria que para probar su existencia tiene sus inquisidores, su justicia, sus tribunales, su conjunto de leyes, sus terrores, sus torturas, sus mutilaciones, sus ejecuciones, su policía (Wittig, 1992).
A partir del momento en que se define que un sexo se asocia a un sujeto, se adelanta un horizonte de identidad para cada individuo: el niño se hará hombre y la niña se hará mujer. Cuando así ocurre, los vínculos y relaciones transcurren en armonía y el sujeto encuentra un lugar de aceptabilidad social al asumir su lugar (Universidad Autónoma Metropolitana, 2017). Bajo este esquema normativo, si el sexo se relaciona con la identidad desde un sentido “normativamente correcto”, este sujeto puede pertenecer a una sociedad, ser y vivir dignamente. Si no es así, el sujeto tendrá que atenerse a las renuencias sociales: algunas puertas se le cerrarán (como el acceso a la educación y al campo laboral); por lo que la posibilidad de desarrollarse personal y socialmente en autonomía e independencia quedará en una lucha incesante; las etiquetas enmascaran la diferencia y abren puertas hacia la discriminación y violencia. El sexo ha designado una vida aceptable y otra que no lo es.
Nuestro lenguaje, como uso que confiere valor y verdad al sexo, denota una sociedad no igualitaria. Reforzar que una genitalidad define el sexo y este mismo sexo refiere una identidad totalitaria, permanente y completa, es reforzar mecanismos de opresión hacia todes aquelles que no se adecuen a la norma. Es vivir en este pensamiento de superioridad con base a lo que tenemos entre las piernas, y suponer que es válido, racional e inteligible. Cuestionar de dónde surge está “diferencia” procura reconstruirnos, conocernos y convivir en una sociedad más igualitaria y digna para todas, todos y todes. Witting (1992) proclama que debemos destruir los sexos como realidad sociológica si queremos empezar a existir.
Bibliografía
1. OMS. (2018). La salud sexual y su relación con la salud reproductiva: un enfoque operativo.
2. Universidad Autónoma Metropolitana. (2017). Lo complejo y lo transparente. Investigaciones transdisciplinarias en ciencias sociales. Imagia Comunicación.
3. Wittig, M. (1992). El pensamiento Heterosexual y otros ensayos. EGALES, S. L.