- Félix Reyes
El pueblo Ayuuk (los mixes) se ubica en la parte noreste del estado de Oaxaca. Su geografía se divide en tres partes, y estas dependiendo de su ubicación geográfica y climatológica: la mixe alta (frío), media (templado), y baja (clima tropical). Tiene 19 municipios, y se rigen bajo las normas de usos y costumbres, siendo la asamblea el corazón de este sistema normativo.
Con relación al número de habitantes, de acuerdo censo 2020 que el Inegi llevó a cabo en la región mixe, hay 139 760 hablantes de esta lengua, y estos están en 19 municipios, distribuidos en 489 localidades. Y aunque parte de este número, el 14.9 % vive fuera de sus comunidades, son, sin embargo, la fiesta y las asambleas comunitarias los elementos que los mantienen unidos a sus orígenes. Pues, si la primera, la fiesta, es ese cordón umbilical que ata a una persona al cosmos y a la naturaleza (la tierra), la asamblea es el elemento que lo involucra en el mundo político, económico y social de su comunidad. Ya sea, precisamente, las reuniones y las tomas de consenso lo que en realidad da vitalidad a la vida comunitaria. Y aunque la o el comunero viva lejos, sea ya por motivos laborales o familiares, si la asamblea le encarga prestar un servicio político o religioso, la persona tiene que obedecer. Entonces, dependiendo de la importancia que los habitantes de una comunidad le den a este elemento, podemos diagnosticar la salud del tejido comunitario del lugar.
Sin embargo, a pesar de ser una sola familia unida por la historia, la cultura y la lengua, desde hace décadas vive un proceso de desintegración, y como una suerte de rompecabezas, cada pieza está desmoronándose, situación que hace imposible el rearme de la figura completa. Todo esto ha sido visible por los conflictos que cada comunidad o municipio tiene con sus vecinos, o, en el peor de los casos, guerras intestinas. Muchos de estos ejemplos los podemos encontrar en los pueblos y comunidades de la mixe media, donde últimamente ha cobrado varias vidas así como el desplazamiento forzoso de hombres y mujeres por los conflictos de tierra, agua y por los recursos federales (sobre todo por el fondo 3, ramo 33).
Esta situación desde un inicio resulta traumática, ya que en una comunidad de apenas mil o dos mil habitantes, la muerte o el alejamiento de dos o tres de sus comuneros, hombres y mujeres, deja un hueco difícil de llenar en los aspectos culturales, pues cada uno de ellos cumplían diferentes roles dentro de su cosmovisión indígena. Por una parte, afecta los ingresos económicos para hacer sus fiestas religiosas; asimismo, este hecho mina el esfuerzo colectivo que mediante el tequio hace posible la construcción y reparación de la infraestructura comunitaria. En el aspecto político, se tienen que reducir ciertos servicios, o en su caso que una misma persona tenga que repetir, durante dos o tres veces, el mismo puesto que por tradición debería de ascender a otro más importante. Por último, todos estos actos de quebrantamiento del tejido social desequilibran el cosmos, ya que cada una de las personas representan una partícula de todo ese universo que hace posible su rotación. En consecuencia, todo esto es posible de predecirse y en muchos casos evitarlo si solamente conocieran sus estructuras internas de cómo cada uno de los pueblos funcionan, esto es a través de la asamblea comunitaria.
Nada más por poner un ejemplo, los pueblos que han experimentado fracturas en su tejido comunitario comenzaron por debilitar la asamblea, y con ello la generación de consenso, y esto significa que en principio, si bien se le pudiera atribuir a ciertas autoridades municipales por no consultar, en muchos casos, a sus representados en materia de asuntos politicos o economicos de gran relevancia, también lo podemos comprender desde la lógica de que fueron las y los propios comuneros que comenzaron a faltar a sus asambleas y a tomar con desinterés todos aquellos asuntos que eran de gran relevancia para la comunidad. Entonces, las asambleas comunitarias son ese termómetro que mide el estado de salud de nuestros pueblos: a mayor concurrencia, sano el cuerpo comunitario; a menor asistencia, agonía del pueblo. Por eso son largas y tardadas nuestras asambleas, porque de todos los comentarios y opiniones, son las autoridades municipales quiénes terminan escogiendo, como los granos de maíz, cuál de esas ideas pueden abonar a la solución de los conflictos y cual de esas opiniones son pura manifestación de enojo o rencor. Decimos, pues, no es que haya una separación entre asamblea y representantes, sino que la asamblea es una fuente de legitimidad, porque bien pudieran las autoridades municipales decidir sobre este o cualquier asunto sin molestar a sus conciudadanos a estar sentados días y días pidiendo opinión; Si no lo hacen, tarde o temprano el pueblo puede reclamarles el porqué tomaron esa decisión. Pero, ojo aquí, aún cuando la asamblea pida o decida algo, nuestros representantes no lo agarran y lo ejecutan a ciegas, sino que meditan todo lo que se vierte en esas reuniones. Por eso nuestras autoridades son padre y madre, porque ven más allá de los deseos o ánimos de la muchedumbre, y por eso mismo lleva días y días de reflexión cuando de nombrar a nuestros representantes se trata, ya que no se encumbra a padre y madre a cualquiera. Otras veces esta relación puede revertirse, y sea la asamblea comunitaria quien frena los actos de sus representantes, existiendo así, entonces, una relación dialéctica que permite la paz en los pueblos: alguien de estos dos debe tener la cabeza fría a la hora de tomar decisiones importantes cuando eso se pierde, es cuando se opta por la guerra.