18/10/2024 La Revista Estudiantil de la Ibero

La polarización en el mundo de hoy: ¿me debería molestar en discutir con el “otro”?

  • Emilio Cruz López

En una era de identidades tan definidas y marcadas parece que cualquier tema tiene la capacidad de hacerlo que se trate de “ellos” y “nosotros”.  La polarización es el fenómeno más dañino y catalizador de violencia dentro de una sociedad.

Las disputas, los malentendidos y las diferencias son normales en una sociedad en la cual se cuentan diferentes historias y discursos. Esos relatos los arropamos y los hacemos parte de nuestro ser. Creamos una identidad con base en estos discursos, y cuando alguien desafía nuestra identidad, el enojo se hace más que presente. 

Entonces, ¿cómo una de las actitudes humanas más “comunes” (la diferencia) se puede volver en algo tan peligroso como la polarización? La polarización no solamente es la divergencia en los puntos de vista, ni la falta de puntos en común: es más bien una división enraizada en las identidades sociales del conflicto. 

La polarización política, según un artículo de Emilia Palonen, es una herramienta política articulada para demarcar fronteras entre “nosotros” y “ellos” y para delimitar comunidades percibidas como órdenes morales. “La polarización es una situación en la que dos grupos se crean mutuamente a través de la demarcación de la frontera entre ellos. La frontera política dominante crea un punto de identificación y confrontación en el sistema político, donde el consenso se encuentra solo dentro de los propios campos políticos” (Palonen 2009).

La discrepancia ideológica es al final un síntoma de la democracia. La diferencia en los puntos de vista es sana porque una sociedad se construye a base de acuerdos, negociaciones y sí, también diferencias. Sin embargo, con la polarización política dentro de una sociedad, la civilidad y la calidad del discurso disminuyen. Es un fenómeno que nace de la oposición a puntos de vista, pero resalta la característica de que no hay una intención de entablar un diálogo y los intentos frecuentemente terminan en conflicto. 

Uno de los ejemplos más recientes para simbolizar la polarización fue Donald Trump. Durante la contienda electoral previo a las elecciones presidenciales de 2020  hubo un cambio en distintos temas bajo punto de vista. Sin embargo, nunca dudó de la importancia de “vencer” sobre sus demás opositores políticos.  Se crea un círculo vicioso en dónde lo más importante ya no es discutir de fondo los diferentes temas para construir en sociedad, y cobra más relevancia la furia y la indignación (Berman 2022).

Trump simboliza que no solamente se trata de las diferencias, porque estas siempre han existido. Se trata sobre todo de que las distinciones se acentúan y se dispersan con mayor intensidad que antes gracias a las redes sociales. El sistema que trajo consigo la globalización es uno en donde son más importantes las reacciones y las interacciones que el debate. Entre más divida la opinión pública, y más intensa sea la diferencia, tendrá mayor relevancia dentro de la “aldea social de las redes sociales”. La cuestión es que la polarización no termina en el número de interacciones que tienen ciertas publicaciones. También es el círculo social que creamos en nuestras redes que busca tener personas que “piensen similar, o igual que yo”. 

El Ex-Presidente republicano evidencia el hecho de que sus partidarios buscan escuchar a otros partidarios, mientras que las personas que más se oponen tienden a rodearse más que nada de un círculo que no tolera una idea de esta doctrina. Es indudable en los diferentes medios de comunicación estadounidenses, en dónde no es necesario analizar con tanto detalle que Fox News busca preservar una línea discursiva que proteja al ideario republicano, mientras que CNN haga lo mismo con los demócratas (Berman 2022).

Y no solamente se trata de los medios de comunicación convencionales, en particular las redes sociales se han convertido cada vez más en un espacio para la radicalización del pensamiento. Uno en dónde cada vez es más fácil conectar y relacionarnos con personas que piensan y actúan como nosotros, lo que naturalmente en una sociedad interconectada llevará a la polarización. 

El tema se complica aún más cuándo añadimos a la receta el autoritarismo o el populismo de ciertas figuras públicas o políticas. Evidentemente, aprovechan a su favor estas “grietas sociales” para acentuar y validar sus narrativas (Dany-Robert 2007).

En nuestras sociedades se está cumpliendo una mutación histórica de la condición humana. Sin darnos cuenta, estamos inmersos en una condición de cambios constantes que se dan más rápido de lo que podemos procesar y  como consuelo encontramos en ese “otro” que no piensa como yo, nuestra función simbólica, nuestra forma de vida. Más vale creer en ese “otro” que no piensa cómo nosotros y construirlo, porque si no lo tuviéramos nuestra vida se tornaría un verdadero tormento.

A ese “otro” le pintamos, le damos una cara, una voz: le damos una representación que con el paso del tiempo se le mata en la plaza pública. Y lo hacemos porque, en el fondo, sin la existencia de ese “otro” pierde sentido nuestro papel en la sociedad. Hoy, en el mundo globalizado, el partido político, el equipo de fútbol, la comunidad digital de personas, todos son enemigos entre otros (Dany-Robert 2007).

La cuestión es que ese “otro” no ha cambiado a lo largo de la historia. Siempre ha estado presente. Sin embargo, hoy ese “otro” encuentra en la sociedad los medios más efectivos para crearse, disiparse y fortalecerse. Hoy, para que estemos aquí parece necesario que esté el “otro”. 

Queda en la sociedad actual, en la plaza pública de las redes sociales y en nuestros círculos sociales romper la tendencia de las configuraciones simbólicas: la raza en el nazismo, el proletariado en el comunismo, el mercado del Estado, la nación del mundo. Todas son ficciones que líderes lo suficientemente audaces fueron capaces de acentuar y utilizarlas a su favor para la construcción de sus realizaciones.

Las negociaciones, el debate y la argumentación tienen la capacidad de mejorar la calidad del discurso político en la sociedad. Sin embargo, requiere que todas las partes encuentren en ese “otro” edificado el diálogo racional, la oportunidad, las coincidencias, los intereses mutuos; utilizando la curiosidad, la creatividad compartida, la confianza y la buena fe, actitudes que en la realidad son las más básicas para el procedimiento en una democracia, pero parece que esto se nos ha olvidado.

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