- Sofía García
“La única diferencia entre un loco y yo,
es que el loco cree que no lo está,
mientras yo sé que lo estoy”
Salvador Dalí
Vivimos en una realidad compartida en la nos adaptamos a las reglas y normas sociales. Nunca llegamos a cuestionar lo que nos ha sido impuesto y el camino a seguir. El sujeto es construido a partir de la internalización del ámbito social. La realidad social es una construcción cotidiana, en la que sujeto y sociedad se construyen a partir de significaciones simbólicas (Nava Flores, 2009).
Gracias a esto, el ser humano es capaz de crear su propia realidad a partir de la realidad compartida. Adquiere su propia subjetividad y, a partir de ella, puede aportar a la realidad de otros. Es decir, la subjetividad propia puede ser compartida con los demás. Sin embargo, ¿qué sucede cuando existen subjetividades que no encajan en la construcción cotidiana, por lo que son separadas y negadas? Es ahí dónde nace el concepto de “locura”.
La “locura” ha sido nombrada y estudiada desde el inicio de la humanidad. La Real Academia Española (RAE , 2023) define a la “locura” como la “privación del juicio o del uso de la razón”. Sin embargo, es importante tomar en cuenta que, a través del tiempo, su significado ha ido cambiando; hecho que denunció Michel Foucault en su famoso libro La historia de la locura (1961). Foucault explicó el giro del significado desde la Edad media hasta la época moderna, y criticó el posicionamiento del “loco” en la realidad compartida y el establecimiento de lo “anormal” dentro de lo “normal”.
Tomando el análisis de Focault, podemos decir que, en la actualidad, la posición del “loco” es ocupada por alguien que no actúa, no piensa y no se comporta como el resto. Más severamente, podríamos decir que parte de esta población puede sufrir de algún problema relacionado con la salud mental. Sin embargo, lo significativo no está en el poseer una enfermedad mental que traiga consigo “comportamientos anormales”, sino en la patologización que etiqueta a aquellas personas fuera de lo ordinario. Esto hace que no exista un entendimiento colectivo y, más bien, haya un rechazo.
En este sentido, ¿qué tiene que ver la “locura” con el arte? Es curioso porque, mientras en la realidad social compartida existe un rechazo, en el arte existe un entendimiento. En la “vida real” se acusa y se señala a la patología, pero, en el arte, se ve como una moneda de cambio, se acepta la enfermedad y se transforma en belleza. Simplemente irónico lo tan idealizado que está el concepto de belleza en la “realidad”, que nos lleva siempre a una forma de “irrealidad”. La regla de aceptación de la locura es simple: mientras estos padecimientos se tornen en alguna forma de belleza serán aceptados; en cualquier otro caso serán rechazados. El poder del arte los vuelve algo ajeno y los transforma en una experiencia desconocida, pues simula algo interesante y nuevo por descubrir.
El “loco”, en su rol de artista, pasa de la “locura” a la “genialidad”. En ese contexto, la misma sociedad le da un nuevo valor. Tomemos el ejemplo de Alejandra Pizarnik, quien constantemente escribía acerca de sus ideaciones suicidas, pero que no es considerada como alguien fuera de la norma, sino como una genia de la literatura y poesía latinoamericana. Podemos también apoyarnos de Vincent Van Gogh, quien se caracterizaba por sus pinturas vívidas y coloridas, pero que, detrás de estas, refleja la manía y la depresión del trastorno bipolar que padecía. Incluso, algunos de sus cuadros más famosos los pintó cuando estaba en la fase más aguda de su enfermedad en el manicomio de Saint Rémy (Magro, 2012). Agreguemos a esta lista nombres importantes como Edvard Munch, Virginia Woolf, y Adolf Wölfli, entre otros.
Aquellos “locos” son considerados representantes del hiperdesarrollo de las capacidades humanas en sus propios campos. Críticas que los aclaman y los quitan de una posición de rechazo, poniéndolos así en una de idealización, de genio. Se borra toda anormalidad y sólo queda lo “artístico”, lo bello, lo distinto. Hecho que es sumamente contradictorio y paradójico con la “realidad”, pues ahí sí queremos ser como ellos.
El arte es un escape de la “locura”, tanto para el artista como para el espectador porque es ahí el único lugar donde los comportamientos “anormales” que derivan en “locura” son aceptados. Sin embargo, aún queda la duda de si, en realidad, el arte es un reflejo de la “patología” o, al contrario, simplemente es el reflejo de una experiencia humana que sale de la norma. De aquí deriva una identificación entre el público y la obra, puesto que se plasma algo intangible de manera tangible que no es aceptado socialmente, pero sí en un sentido artístico. El público puede decir que se siente identificado con el artista, pero no puede decir que se siente identificado con la enfermedad.
Son estos estigmas los que hacen que cada nueve de diez personas que padecen un trastorno mental se sientan afectadas por los prejuicios e ideas erróneas que rodean sus diagnósticos (Delgado, 2021). Sin embargo, esto no termina aquí: a nivel mundial, en el 2019, una de cada ocho personas en el mundo padecían un trastorno mental (OMS, 2022). La probabilidad de ser un “locx” es tan alta en comparación con la probabilidad de padecer alguna enfermedad como la diabetes, por ejemplo. Entonces, ¿qué estamos haciendo cómo sociedad y por qué le tenemos tanto miedo a la “locura”’?
En realidad, la “locura” sólo es un término que se ha utilizado por aquellos que están en control y que temen a lo que amenaza o desmiente el ideal del orden. Lo que existe como tal es el sufrimiento incomprendido y no deseado por parte de lo común. Un sufrimiento plasmado en lo artístico porque, tal vez, era y es el único lugar en el que es aceptado y no rechazado. Nos da tanto miedo el sufrimiento, tanto propio como ajeno, que no buscamos entenderlo, sino que buscamos evitarlo, negarlo, ser indiferentes ante él. Nos da miedo la “locura” porque altera nuestra realidad, pero no nos damos cuenta que todxs estamos inmersos en ella.
Es por esto que no debemos juzgar, sino abrirnos hacia el entendimiento de los demás. La “locura” también puede traer cosas bellas como el arte, espacios de escucha y sanación, cercanía en las relaciones. Nos falta mucho por avanzar y vencer el miedo que se tiene hacia la enfermedad mental. Este artículo no es solo una crítica ante este hecho, sino una invitación abierta a procurar y cuidar la salud mental tanto de nosotrxs mismxs como de los que nos rodean; a no juzgar, sino a abrirnos a la experiencia de estar para el otro sin prejuicios. Realizar pequeñas acciones que, aunque no lo parezcan, pueden ser tan fuertes como para salvar una vida.
Bibliografía
1. Delgado, P. (2021). Rompiendo el estigma de la salud mental. De Institute for the future of education. https://observatorio.tec.mx/edu-news/rompiendo-el-estigma-de-la-salud-mental/#:~:text=Adem%C3%A1s%2C%201%20de%20cada%2025,tema%2C%20perjudicando%20a%20los%20afectados
2. Foucault, M. (1961). Historia de la locura en la época clásica I. Historia de la locura en la época clásica. Paris: Plon.
3. Nava Flores, C. M. (2009). La interrelación individuo-sociedad en la constitución del sujeto como ser social. Contribuciones a las Ciencias Sociales. http://www.eumed.net/rev/cccss/05/cmnf3.htm
4. Magro, E. (2012). Diez grandes pintores que sufrieron problemas mentales. De ABC Cultura. https://www.abc.es/cultura/arte/abci-enfermedad-mental-arte-201207160000_noticia.html
5. Organización Mundial de la Salud. (2022). Trastornos mentales. De Organización Mundial de la Salud. https://www.who.int/es/news-room/fact-sheets/detail/mental-disorders#:~:text=En%202019%2C%20una%20de%20cada,personas
6. Real Academia Española. (2023). Locura. De Real Academia Española. https://dle.rae.es/locura