Alonso Fernández Colosio
“Violentos son quiénes propician la desigualdad social, no quienes luchan en contra de ella”. Qué sencillo es criminalizar la pobreza y la carencia; qué fácil es, desde el privilegio, desentenderse de las desigualdades estructurales de nuestro país y criticar severamente a quienes viven al día. La pandemia ha evidenciado contundentemente las abismales brechas sociales de nuestro México.
En México, bajo una misma bandera, un mismo himno, en un mismo espacio geográfico, dos realidades antagónicas conviven entre sí. El coronavirus ha terminado por provocar la señalización de los pilares más rancios y turbios de nuestro modelo económico y las deficiencias de nuestros aparatos de Estado. Todo indica, tristemente, que los derechos humanos son propios de las y los afortunados, únicamente quienes gozamos del privilegio tenemos la plena certeza de contar con los mismos. Desde acceso a servicios básicos como agua, luz, alimentación e internet, hasta derechos como la educación, la salud y el acceso a la justicia.
Las desigualdades no se materializan exclusivamente en el presente, sino que siembran sus raíces para que en el futuro se coseche aún más carencia. La pandemia tendrá repercusiones sumamente graves en aquellos países que no se dispongan a cambiar este modelo económico, ese que permite que las tres cuartas partes de la población mexicana habite la marginación como hogar, y que otro reducido grupo acumule y concentre la riqueza para sí.
¿En qué momento permitimos que un modelo económico nos deshumanizara de tal forma, al grado de tácitamente acordar y ser partícipe de una estructura monetaria que condena al que nace pobre a morir pobre? ¿Cómo la rabia no ha sido suficiente ante los salarios de hambre que imponen las grandes corporaciones, explotando al trabajador para que éste tan sólo pueda subsistir? ¿Cuándo fue que dejamos pasar desapercibido el hambre que carcome a las familias de las clases populares?
Creo firmemente, que una de las muchas respuestas a las incógnitas que anteceden se debe a la conjunción del poder político y el poder económico. Es decir, las y los titulares del primero aseguran su permanencia en el mismo a raíz de las contribuciones de los titulares del segundo, y, sincrónicamente, el poder económico mantiene sus beneficios (desde lagunas en la ley para explotar a la clase trabajadora, hasta millonarias exenciones fiscales) al controlar mediante el capital a los poderes del Estado. Gracias a ellos “la miseria en todos los colores y niveles es un lugar común” (Cross, E. 2010).
Esta praxis se desarrolló desde hace ya mucho tiempo y al día de hoy no pierde vigencia; pasan los sexenios, se extinguen y se crean nuevos partidos políticos, pero la ciudadanía no logra saborear diferencias sustanciales. Considero que la única solución factible para desarticular el esquema partidista, ese que ampara políticos rancios, corruptos e impunes que pactan entre sí para protegerse y asegurar su longevidad en el poder, aquél de donde nace la simulación democrática y que desemboca en discursos huecos, descansa esencialmente en el electorado, es mediante la misma ciudadanía, que deberíamos de transitar hacia las candidaturas (y ulteriormente cargos) independientes, donde los intereses que primen sean las necesidades y exigencias del pueblo. Donde todo el millonario presupuesto que se le asigna a los partidos políticos fuera reorientado a atender las problemáticas de las clases populares. Independicemos a México de los partidos políticos que lucran con la carencia de las familias mexicanas, para asegurar el irrestricto respeto a los derechos humanos y erradicar la demagogia.
Y no me mal entiendan, ni tergiversen mi intención con las palabras que aquí esbozo: no asevero con aires de grandeza o superioridad moral, pues pretendo abrir el diálogo con quiénes somos tan afortunados y afortunadas como para gozar de un privilegio insultante dentro de tanta carencia. Mi objetivo es estrictamente romper con el estigma que le hemos asignado a la desigualdad; quebrantar los mitos que romantizan un modelo económico en donde “quien quiere, puede”, cuando la verdad es otra. Seamos todas y todos conscientes de nuestro privilegio, y que dicho privilegio no nos nuble la empatía.
Pretendo también convocar, a mis compañeras y compañeros, a que como jóvenes renunciemos a las filas partidistas, pues como diría Elsa Cross: “amamos, sin retórica, la belleza y la paz, y no nos gusta, señores, a ninguno de nosotros, yo le juro, que a un muchacho de nuestros mismos años…no le enseñen a leer, pero sí a engordar políticos ladrones” (Cross, E. 2010). Es fundamental que, como electores, renunciemos al culto a la personalidad de nuestros políticos y les exijamos que cumplan con la figura de garantes que les corresponde.
Desde nuestro privilegio, sirvámonos de los altavoces que él mismo nos otorga para hacer las cosas de manera distinta, visibilicemos la injusticia y no seamos, con nuestro silencio, su cómplice. Empeñemos nuestras dispensas a favor de la equidad y accionemos, con nuestra “violenta capacidad para el trabajo y el amor” (Cross, E. 2010), en contra de la desigualdad social.
Bibliografía
Cross, E. “A quien corresponda”, (Abril, 2010). Disponible en: https://antologiapoemas.wordpress.com/2010/04/21/a-quien-corresponda/